Luz Noriega nació en la provincia de la Habana, de cubanísima familia. Por su posición acomodada recibió esmerada educación y era admirada por la juventud de la época por su porte distinguido y la belleza serena de sus inmensos ojos verdes.
Muy joven contrajo matrimonio con el doctor en medicina Francisco Hernández; trasladándose accidentalmente ambos a la provincia pinareña, en cuyo lugar se incorporaron resueltamente a la columna invasora del General Antonio Maceo el 29 de Enero de 1896.
Luz Noriega era valiente y decidida, no vaciló un solo momento para seguir a su esposo en la manigua insurrecta.
No pensó en el peligro de perder sus vidas, frescos aún los azahares de su matrimonio, no se detuvo a meditar siquiera en las privaciones y sacrificios de la nueva existencia. Sólo razonó una cosa: la independencia de Cuba.
Llena de fe y de confianza le ayudaba a curar enfermos y heridos y entraba en el combate en múltiples ocasiones por manejar las armas con la misma pericia de un hábil y experto tirador.
En la acción de “Río de Auras” fue muy admirada su actuación, recorriendo las provincias de Pinar del Río, Habana y Matanzas, llegó con su esposo en su arduo y espinoso pereginar a Sancti Spíritus, donde cayó gravemente enfermo el compañero de su vida.
Sorprendido el rancho donde se guarecían por el Coronel Orozco, la maldad del militar llegó al extremo de ordenar el fusilamiento del doctor Hernández a presencia de su esposa.
Días después fue confinada a Isla de Pinos e indultada, al restablecerse el régimen autonómico, no pudo resistir la tentación de volver al campo de la guerra junto a sus hermanos.
Enloquecida su mente por la tortura de tantos pensamientos dolorosos, destrozado su cuerpo, su corazón y su espíritu por haber sufrido demasiado, puso fin de manera trágica a su existencia en la ciudad de Matanzas el día 16 de Agosto de 1901.
Misterios del alma humana, jugarreta del azar a quien tanto luchara por su Patria y cuya enseña libre no pudo ver flotar en lo más alto de la altiva fortaleza del Morro, como en tantas noches de infinita vigilia lo anhelara, mientras cuidaba heridos y rezaba por Cuba. |