Guije.com Trinidad: El Periplo de Cuba: Nocturno Trinitario.

Trinidad: Nocturno Trinitario en la revista Carteles del 6 de Febrero de 1944, Cuba


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Trinidad: El Periplo de Cuba: Nocturno Trinitario en la revista Carteles del 6 de Febrero de 1944


Natalicio de Martí
Enrique Schueg
Caonabó
Remedios
Trinidad
Jefes de la Invasión
Notas Gráficas
Curiosidades



El Periplo de Cuba:”
Nocturno Trinitario
Carteles
6 de Febrero de 1944

Presentamos el artículo “El Periplo de Cuba: Nocturno Trinitario” lo más fiel posible a como comienza en la página 6 de la revista Carteles, edición que circuló el 6 de Febrero de 1944.



“El Periplo de Cuba: Nocturno Trinitario”
“por G. Álvarez Gallego”

El palacio Brunet, prenda de un pasado señorial... en Trinidad

“Antonio Ortega -pluma laureada y original que en las páginas de "Bohemia" pone cátedra de buen romance, mientras no puede volver a ponerla de ciencia en la que le secuestró la tiranía- me había dicho que Trinidad era un poblacho castellano, casi manchego. A primera vista, así parece. Podía ser ésta, trasladada a la otra cenefa atlántica, una de las polvorientas tierras por donde anduvo la polaina del Cid. Sí al "Azorín" que recorrió la ruta de Don Quijote le pusiéramos, a ciegas, encima del suelo trinitario, acaso le pareciera también, al abrir los ojos, que estaba en un pueblo de los que Alonso Quíjano cabalgó de camino. La misma tierra calcárea y ocre, bajo una jornada de estío alanceada por un sol de justicia. Igual el "polvo, hierro, sudor y sangre" de la estrofa de Machado. Hasta ese guajiro que ha divulgado la fotografía, trotando calles de Trinidad a horcajadas de una mula parda; ese vaquero criollo de cara curtida, soleada, del mismo color de la gleva que cava y tocado del aludo chambergo de guano, podía ser muy bien Muño Gustioz, el criado castellano del "burgalés de pro".


“Pero todo eso a primera vista, recalcamos. El espejismo pueden darlo, un momento, los tonos rosacárdenos del poblado, en combinación con el sopor canicular de una tarde tórrida y con las casas de adobe y piedra que trepan por las calzadas que franquear, la entrada a Trinidad. Nada más. En seguida, la palma, disparada rectamente hacia el azul, nos dice que nada tiene que ver este terrón con el calvero manchego flanqueado de olmos de tronco anémico o de chopos canijos. Puede que una vaga réplica de Castilla asalte la mente al columbrar esta tierra de color de sangre vieja que reverbera al sol y que coronan, a lo lejos, los alcores de la serranía trinitaria. Mas bastará fijarnos en cualquiera de estos ríos -el Agabama, el Tayaba, el Guaracabuya, el Cabayán...- impetuosos, llenos, navegables, que se avergonzarían de ser comparados con sus pobres hermanos castellanos, simples hilos de agua corriendo, casi sin rumor, por un caz, entre rastrojeras.


“Y aquello es la paramera con todos los atributos de lo asaz pintado y descripto: yerma, reseca, pajiza, dorada, a trechos, por los oros nuevos de las mieses maduras. Esto es una bendición de jardines, una orgía vegetal de colores, una lujuria de verdes esmaltando valles como el de San Luis.


“¡Espléndido valle! Nos hallamos en la especie de solana de una casa antigua, dominadora de horizontes extensos al noroeste y al sur. La propia solana nos dice, por lo menos, dos cosas: la existencia en el país de la piedra con que está construida y el predominio de un aire delgado, propio de un clima de cumbre. Es ésta, efectivamente, la mayor altiplanicie de Cuba. Al sistema orográfico de las sierras de Trinidad, se enclavan alturas como las del Pico del Potrerillo, a muy cerca del millar de metros sobre el nivel del mar; cimas como la de Cabeza del Muerto, a 884. Un amplio horizonte de lomas, zarcas en la distancia, de composición granítica, suaves en la forma terminal, corre, allá lejos, en relieves acusados El Pico del Tuerto, Cuñarrones, Aguacate, Helechal, Gavilanes, Sitios, Vereda, Buenos Aires... La cordillera -grupos y subgrupos serranos- se empina para formar breves planaltos, o desciende para componer una región de plenillanos maravillosos: el de San Luis, el de San Juan, el de Sigüenza, el de Jibacoa, el de Guanayara... El valle de San Luis, que puede admirarse bien desde la antigua capital, se abre entre tierras que bajan en cuesta suave. Triunfa un musgo verdeclaro que hace a la "maquis" del valle tan blanda como una alfombra. Desde arriba, desde el apretado bosque cargado de yambas, como tabaliles, con leve aroma a rosa y un color de oro cereal, se desciende entre una alcatifa de plantas de rara coloración. Más parecen flores de invernadero que vivaces herbáceas. Bajo el sol perpendicular, la vegetación brilla hasta enceguecer. Sólo en el panorama de opulencias vegetales que desciende del Chapultepec a la meseta mexicana, he visto un espectáculo homónimo. Por lo demás, San Luis parece un valle de esos que la laboriosa y artística mano suiza construye con tan estudiado descuido, para que parezcan obra de la Naturaleza.


Interior del palacio Brunet, en la ciudad de Trinidad

“De pronto, como es genio del Trópico, se echa el telón solar, empieza a soplar un aire cargado de humedad y el cielo se tiñe, en minutos, de un espeso color plomo. Llueve. Los primeros goterones, lavando los términos más lejanos del valle, le dan un brillo de cuarzo. Luego, al caer torrencialmente el agua, de esa manera como la nube se vacía en el trópico, la torrentera empapa el plenillano, que se ve como a través de un cristal mojado. Al principio, los arroyos que bajan enfurecidos parecen las venas que se le hubieran abierto al paisaje. Rápidamente, se van convirtiendo en afluentes de ríos, en mares caudalosos, en lagos sin orillas, en diluvios universales...


“Y rompe a granizar. ¡Qué sorprendente y grato coqueteo atmosférico! Cae saltando, el granizo. ¡Y ahora si, ahora sí, Antonio Ortega, y Angel Lázaro, y Jorge Mañach, y Ramón Vasconcelos, ahora sí que torna a ofrecérsenos Trinidad como una parva manchega castigada por la maldición del pedrisco! ¡Ahora sí que podemos imaginarnos, en tiempo de julio, sobre una aldehuela de la tierra de Campos, náufraga en un mar de espigas. Evoquemos. Ha hecho un calor sofocante. Como en los versos de Zorrilla:


Son las tres de la tarde.
Julio. Castilla.
El sol no luce, que arde;
ciega, no brilla.
Desde el hombre a la mosca,
todo se enerva
La culebra se enrosca
bajo la hierba.


“Pero sobre el fuego del horizonte se pone a cabalgar, súbitamente, una nube torva, negra. El paisaje va acentuando el tono dramático. Una tolvanera se alza del suelo abrasado, en el que culmina el tormento de la siega. Escapan los segadores, presintiendo la lluvia, que, a poco, estalla sobre el polvo del camino, entre un intensísimo olor a ozono. Relampaguea. Truena. Y el granizo, el terrible granizo, la emprende a pedradas con el alto trigal cuajado de espigas. El labrador, con el rostro mojado ¡no se sabe si de lluvia o de lágrimas! mira desde la era, guarecido por el tejaroz en donde la granizada tamborilea furiosamente. ¡He ahí una gleba sobre la que todo el año se ha doblado para rizarla en surcos! ¡En un cuarto de hora, la tragedia ha echado el cerrojazo del hambre sobre el granero!...


“Mas este nuevo trasplante emocional a Castilla, dura igualmente un momento: el que tarda la lluvia en cesar, barriendo así el "ludí sceni" de la plaga campesina en tierras del Cid. Porque en Trinidad, al clausurarse el chaparrón, vuelven el sol, la vida. Todo queda igual, y aun más decorativo, más floreciente, más brillante. Ninguna cosecha, se ha perdido, sino al contrario, se ha precipitado su germinación.


“¡No! ¡Para su fortuna, esta tierra de privilegio y de milagro, asegurada incluso contra el mal humor, contra la brutalidad del tiempo, no es Castilla, no es Castilla, querido Antonio Ortega!


Tapiz de raza.-


“"Gastaba el siglo XVI los últimos años de su senectud moral y contaba el Nuevo Mundo 1490 de nuestra salud y luz evangélica, cuando en los infinitos arcanos de la Divina Providencia fue llegado el tiempo de las misericordias inefables". Así reza el capítulo iniciático del cronicón sobre el "tiempo, estado y medios con que se descubrió el Nuevo Mundo, llamado Indias Occidentales por Cristóbal Colón", manuscrito de don José Martín, don Félix de Arrate y don Antonio José Valdés, los tres primeros historiadores de la isla de Cuba.


Una típica calle trinitaria

“Iba a abrirse, pues, la era en que España, ubre de mundos, derramaría a sus aventureros, exploradores, misioneros y capitanes sobre "las tierras recién halladas". ¡Que galería de episodios! ¡Que retablo de figuras! Elcano daría la vuelta al mundo. Vasco Núñez de Balboa descubriría el Pacífico. Francisco Pizarro conquistaría el Perú. Pedro de Mendoza fundaría Buenos Aires. Pedro de Valdivia sería el caudillo de la expedición a Venezuela... Y de entre todos los sucesos que se originarían, después del arribo de Colón a las Indias Occidentales, el más trascendente, genial, sonado y audaz sería la conquista de México por Hernán Cortés.


“Trinidad anda mezclada a esa portentosa hazaña con fuerte aroma de Romancero. Corría el 1514. "Habiendo encontrado en el nacimiento del río Arimao unos mineros muy ricos, como a noventa o cien leguas de a barlovento de Sagua, y en un terreno de cantera de piedra amucarada, tan desigual que las calles no podían salir a nivel, a la distancia de dos leguas al sur de donde sale el río Guairabo, algo profundo, a una herradura descubierta al sudeste, el adelantado don Diego Velázquez y fray Bartolome de las Casas resolvieron hacer población en lo que luego fue Trinidad". (Crónica de Pedro Agustín Morell de Santa Cruz).


“A la fundación concurre, codiciosa de realengos, una asamblea ilustre. Allí están Pedro Alvarado, que viniera de Santo Domingo a Cuba ya con el destino de ser causante y héroe de la "Noche triste", y, más tarde, el conquistador de Guatemala. Está allí el capitán Francisco Fernández de Córdova, fundador de Granada y de León, descubridor futuro del Yucatán; el que penetraría en Honduras para sojuzgar a Pedrarias y sería, por su orden, degollado. Allí, Alonso Hernández de Portocarrero, el que había de mandar las naos de la expedición de Cortés y sería primer alcalde de Veracruz. Y Diego Montes, que tomaría parte principalísima en la conquista del Perú y había de ser acusado, por sus propios soldados, de la derrota de Chupas, allá en los Andes vírgenes. Y Vasco Porcallo de Figueroa, a, quien se le debe la fundación de San Juan de los Remedios, Puerto Príncipe y Baracoa. Y Cristóbal Olid, y Hernán López, y Juan Velázquez de León, y Gonzalo de Sandoval, y Alonso de Avila, y Pedro de Rentería... ¡Toda la cohorte, en suma, de soldados y labradores, congregada en la fundación de Trinidad, magnífico tapiz de raza, que cuatro años más tarde partiría precisamente de la población acabada de nacer para seguir a Hernán Cortés en la aventura deja conquista de México e inscribir su nombre en el capítulo de las glorias que nadie en el mundo habría de reeditar!


“Narra el episodio Francisco López de Somoza en su "Crónica de la Nueva España". "Recogió Cortés en la Trinidad cerca de doscientos hombres de los de Grijalba, que estaba e vivían allí i en Matanzas i otros lugares, i embiando a los navíos delante, se fue con la gente por tierra a Carenas, que estaba poblada entonces a la parte del sur, en la boca del río Onicajinal". Sus vecinos "por amor d° Diego Velázquez no le quisieron vender ningún mantenimiento, mas Christóbal de Quesada, que recaudaba los diezmos del Obispo, le vendió dos mil tocinos i otras tantas cargas de maíz, yuca i ajís. Hernán Cortés abasteció con este la flota razonablemente".


“No cejó aquí la querella del adelantado, empezada en Trinidad comisionando a su cuñado Francisco Verdugo y a su teniente, en unión de los vecinos Diego de Orgas, Francisco Perla y otros para que a Hernán Cortés pusieren preso. Emperrado Velázquez en frustrarle su empresa, hizo armar una flota, por Pánfilo de Narváez comandada, para que le alcanzase. Pero así como Cortés había usado de la diplomacia con sus aprehensores de Trinidad, para que le dejaran embarcar libremente, Diego Méndez, almirante del próximo conquistador de México, y pariente de Diego Velázquez, hizo prisioneros a los hombres que el adelantado había mandado en su seguimiento. Pánfilo de Narváez, el cruel y desventurado, perecería, al fin, en la expedición de La Florida.


Uno de los rincones más plácidos de Trinidad: la plaza de Santa Ana

“En Trinidad, por tanto, la Historia suena con recio aldabonazo. Por este y por otros motivos. Francisco Lavalle recuerda el saqueo por los ingleses en 1642 y en 1654, y la invasión por Carlos Gant, en 1702. De la defensa que entonces hicieron de su ciudad, suelen hacer gala los trinitarios de hoy. Con razón hartísima. Estos gonfalones que Trinidad archiva como venerados trofeos fueron capturados al enemigo merced a un valor que tiene ya prestigio legendario. Mezcla de mística y hombría, es aquel episodio del sacristán mayor de la Parroquial, al saber que los bucaneros estaban robando en la iglesia los vasos sagrados. A defenderlos iba, cuando en, el camino los corsarios destripáronle a cuchilladas. ¡No se dio por vencido el buen sacristán! Atándose con un pañuelo el profundo tajo visceral, pudo, arrastrándose, llegar al presbiterio a tiempo de recoger las sagradas formas por el suelo impíamente esparcidas. Una vez cumplido su deber altísimo, el sacristán quedo muerto sobre las gradas presbiteriales.


“Muchas otras veces torno a ser Trinidad víctima vandálica de la piratería. Pero siempre, siempre resistió la prueba del hierro y el fuego. A los corsarios más terribles, rechazo su vecindario, haciendo prodigios de valor. Y permitidle a mi orgullo de hispano, horro de españolería, que pregunte: ¿acaso lo indomable del "genius" trinitario no fue flor de aquella simiente de bravura de raza que echaron los Alvarado, los Fernández de Córdoba, los Diego Méndez, los Alonso Hernández, los Hernán Cortés, el día en que concurrieron a estrenar Trinidad, bajo la bendición de fray Bartolome de las Casas y su ambición de encomenderos de indios?


El viajero francés.-


“Trinidad se ha quedado dormida. ¿Sueño de un día? ¡Sueño de siglos! Con sus casas vetustas y sus calles de guijas, al cobijo de sus iglesias patinadas y cabe a los recovecos en donde también el tiempo parece haberse dormido, Trinidad es, en la noche calma, aquel nocturno del Medio Evo que se complacía en acentuar Charles Borchcn, el gabacho que la visitó hace cuarenta años.


“El francés, geógrafo, miope y sentimental, dotado de una mosca borgoñona y de un afán deambulante, recorrería la ciudad fríamente alumbrada por una luna de nácar. Sus pasos, errantes y lentos, le irían acercando las gafas doctorales a la curiosidad de todos los rincones. Tendría una impresión nítida: los edificios con sabor de época, defendidos por rejas de hierro; con signos de ruina las fachadas, compondrían una evidencia de ciudad española también en derrota en aquellos años de principios de siglo en que todo en Cuba sonaba a derrota española. Madurando emociones itinerarias, el viajero francés se detendría, al fin, ante la Iglesia Parroquial. Monumento sin interés artístico, tiene, empero, el prestigio de la longevidad. No se sabe exactamente la fecha de su erección, porque las incursiones corsarias quemaron los archivos primitivos. Pero en 1585 consta su existencia por los documentos que registran a su primer vicario. Frente a ella, alzábase aún la gran cruz del Calvario, remate de un camino de ronda, jalonado por otras cruces. Charles Berchon ve en él el símbolo de la opulencia, del fervor religioso. Todavía es Trinidad un relicario de fe. Todavía, al sonar las once de la mañana, se reza el Rosario en muchas casas. Todavía vive el clero en una tácita vigencia de la antigua autoridad casi omnímoda. Creyérase que todavía reparte franquicias, otorga fueros. Hacía cinco siglos que la Iglesia lograra reunir los dos mandos: el espiritual y el temporal. Social y jurídicamente -en Trinidad y en todas partes- el verdadero Cabildo civil lo había ejercido la Iglesia en lugar del Estado, entre otras cosas, porque siempre tuvo más talento que él y supo salvar la continuidad de la cultura mientras trotaba la Edad Media, herborosa y guerrera.


“¿Por qué al viajero francés le vienen al recuerdo, al cabo de una larga jornada nocherniega por Trinidad adelante, estas meditaciones? Sería la fatiga del día, la hechicería de la noche o un rebrote de las creencias en que nos formamos y crecimos. Pero a cualquier viajero, francés o español, solo, de noche, forastero de una ciudad que tira por las evocaciones más lejanas, frente a una iglesia cargada de años y de Historia, pueden acometerle reflexiones de esta guisa. También al pie de una catedral vieja y egregia, le ocurrió eso a otro visitante que no presumía ciertamente de creyente y hasta había caído en la inelegante postura de dárselas de ateo. Era sajón. Se llamaba Shelley. Pero antes que impío, el autor de "La necesidad del ateísmo" era poeta. ¿Y hay algún soñador, el más incrédulo, que no se haya sentido alguna vez traspasado por el Misterio? El versificador inglés, en una noche como ésta, ante un monumento cristiano como éste, viendo, como Berchon y como yo, pasar las nubes por el cielo y sintiendo pasar las ideas por el pensamiento, se inquietaba profundamente al preguntarse si todo esto -el azul del cielo y la piedra de la iglesia, la guija y la estrella- no estaba aquí mucho antes de que uno viniera, y no había de permanecer aquí mucho después de que uno no fuera ni química orgánica... Era el abismo - "fondo sin fondo" de la rima a que tampoco Pascal, un escéptico frío, se atrevió jamás a asomarse. Porque la religión, hasta el misticismo, no es una doctrina teológica. No lo fue siquiera en Santa Teresa. Es un sentimiento. Es un instinto. Más que eso: es, especialmente, una esperanza... Si todo esto estaba aquí antes de que yo fuere, cuando yo ya no sea, ¿en dónde estará? ¿Y en dónde para entonces estaré yo, Señor?


“El brujo silencio del nocturno trinitario, un imponente silencio, invita como aquel de la noche de Berchon, como aquel de la noche de Reims, a la meditación. A Shelley, incrédulo; a mí, que no quisiera serlo y a cualquier viajero un poco lírico, que haya sufrido mucho por su culpa y por las ajenas, y tenga el alma arañada por desengaños sin cuento. Este tipo de visitante jamás se sentirá mal en Trinidad. Al contrario. Encontrará allí el lugar aplaciente para esperar la muerte, poniendo el alma a bien con la eternidad que hace inalterables el cielo y el suelo, y con el íntimo anhelo, allá dentro escondido, que desea que todo esto, Señor, no se haga un día un poco de polvo para sumirse en la nada, como esa blanca rúbrica de nube que se deslíe ahora en el luto del cielo trinitario. ¿No lo habiais leído en Shelley?”


Parque de Céspedes. Todavía el sol azota de firme y los vecinos disfrutan la siesta tradicional. En Trinidad, Las Villas, Cuba.


Trinidad en el Municipio de Trinidad en la Provincia de Las Villas





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Última Revisión: 1 de Marzo del 2005
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