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Civilizaciones Precolombinas en Cuba
Diario de La Marina
Número Centenario

Este artículo lo presentamos como se publicó en el Número Centenario del Diario de La Marina en Cuba el 15 de Septiembre de 1932. El artículo es firmado por José A. Fernández de Castro.

En la obra original aparece en las páginas 97 y 98 en un formato mucho más atractivo a nuestros esfuerzos. El texto y las ilustraciones son entrelazados con gran gusto. Hacemos algunas separaciones de párrafos para el beneficio del lector, indicamos estas alteraciones escribiendo (C) donde debe continuar la próxima oración. No le aplicamos ningún otro tipo de alteración ni a la ortografía ni evitamos expresiones que tal vez hoy en día sean de desagrado para ciertos grupos étnicos. Basamos nuestro comportamiento en considerar este artículo como parte de una obra de valor lingüístico, histórico y cultural.






Título como aparece en el Número Centenario

Fernando Ortíz, en su fascículo “Historia de la Arqueología Indocubana”, dice con razón que: “la prehistoria antillana está en pañales; la etnografía pre-hispánica es una nebulosa; la sociología de los indios cubanos, su religión, su familia, su economía, su política está por descubrir y acaso hasta por pensar”.

Estas palabras escritas en 1922 siguen desdichadamente siendo certísimas. En nuestro ambiente los estudios arqueológicos no han podido hacer prosélitos. El público no muestra interés por esta clase de disciplinas, y como los estudiosos carecen de museos e instituciones que protejan las ciencias especulativas, ante el fracaso económico y el inútil esfuerzo que resultan de la publicidad de sus investigaciones, muchas de las cuales pasan totalmente desapercibidas, es natural que nadie se encuentre en disposición de seguir esas áridas elucubraciones. No obstante, la producción bibliográfica alrededor de la arquología cubana es muy nutrida, aun cuando nunca ha estado a la altura de los mismos estudios en otros países americanos. (C)

Cuba todavía carece de una obra sobre sus primitivos habitantes de la envergadura de los trabajos del español Coll y Toste sobre Puerto Rico, y el inglés Markham, sobre Perú. Las instituciones norteamericanas de investigación americanista comienzan a preocuparse ahora de esta materia y algo ha podido realizar en Cuba el arqueólogo Harrington, en la rica zona de Banes, recogiendo el fruto de sus trabajos en la importantísima obra Cuba before Columbus, editada hace diez años por la Haye Foundation. La obra de Harrington, sin embargo, adolece del grave defecto de la estrecha especialización de su autor, el cual no universaliza sus deducciones, sino que sólo se limita a comparar una especie de documentos, sin atender a los testimonios contemporáneos de los españoles.

En América no se ha emprendido la tarea de buscar en el cúmulo de datos antropológicos con idénticos instrumentos que los empleados en Europa para realizar esa labor. Faltan los ligüistas con verdadera ciencia acerca de los idiomas americanos. Ni siquiera se ha podido llegar a la clasificación de los datos fonéticos de las lenguas muertas en nuestro hemisferio. Cuanto a Cuba, ni aun se ha podido establecer con precisión cuáles voces de las pocas que sobrevivieron de la catástrofe conquistadora son aruacas, caribes, semi-guaraníes o de otra procedencia americana, o africanas. Véanse al afecto los trabajos de Juan Ignacio de Armas, Bachiller y Morales, Ramos Iduarte, Zayas, Sanguily y otros, aunque no se debe olvidar que la benemérita obra de éstos, realizada casi toda ella en el último tercio del siglo pasado, no es empresa acometida por profesionales sino por escritores, que, como es natural, suelen estar de tránsito en esas complicadas cuestiones. Es preciso no obstante reconocer la agudeza mental y penetrante dedicación de Bachiller y Morales, Ramos Iduarte y principalmente de Manuel Sanguily.

En este aspecto, un joven estudioso, Juan Luis Martín, con los superiores medios investigadores de nuestros días, ha podido llegar a conclusiones verdaderamente científicas, partiendo de un estudio más amplio y general de lingüística americana y antropología comparada. (C)

Es responsable el Padre Bartolomé de las Casas de que se designara genéricamente por el apelativo de siboneyes a los indios de Cuba, que, sin duda, pertenecían a diferentes stocks raciales. Como afirma muy bien Fernando Ortíz, es preciso quebrantar el mito de la unidad específica de los habitantes precolombinos de Cuba. Siboney más bien parece haber sido un adjetivo antepuesto a nombres más genéricos, restringiendo su significación. Algunos han creído ver la voz “siboney” un sinónimo de troglodita, sin duda porque se suponía que en las cavernas del extremo más occidental de Haití y aun en determinadas regiones de Cuba, habitaban unos hombres mudos y de costumbres semejantes a las de las bestias selváticas. La afirmación se hizo olvidando que todos los pueblos de la tierra en sus épocas más alejadas llamaban bárbaros, es decir, gente desconocedora del lenguaje de los hombres civilizados, a otros que se hallaban en un nivel inferior de cultura. Los cronistas coetáneos de la conquista y los mismos capitanes que la ejecutaron, llaman en sus documentos, indistintamente, a los habitantes de Cuba “zibunelles”, zibuneyes, siboneyes y ciboneyes, demostrando esto que jamás los españoles lograron dar su verdadero apelativo a los indígenas.(C)

De la comparación de numerosos dialectos aborígenes americanos procedentes del Orinoco, Juan Luis Martín ha llegado a la conclusión de que tal vez los siboneyes fueran una clase social superior o un pueblo que se llamaba a sí mismo de esta manera, denotando su máximo orgullo al otorgarse la condición, implícita en esa voz de origen tamanaco, de hombre por excelencia.(C)

Sin atender a leyendas injustificables, es positivo que los indios que encontraron los españoles en las Antillas mayores eran en parte autóctonos y en parte procedentes de Sur-América y quizá si en alguna proporción de la cuenca del Mississippi y de la América Central. Definitivamente se ha establecido desde 1892 por investigadores del Gabinete Etnográfico de la Fundación Smithson que los patrones de la cerámica de tipo más elaborado encontrados en los territorios de encrucijada racial de la Florida, Tennessee, Georgia y Alabama son del mismo tipo que los hallados en Cuba y en Haití. Esto ha servido para fijar que hubo por lo menos intercambio desde las Antillas y las regiones situadas al sur del Cabo Hatteras. Se ha tratado en virtud de estos datos de definir si existió en Georgia una colonia caribe; el mismo viaje de exploración de Harrington a la costa oriental de Cuba ha tenido por finalidad determinar más concretamente estos aportes culturales. Respecto a la Florida, no es ni discutible el testimonio de los propios indios, repetidamente manifestado a los primeros pilotos de las expediciones españolas, ni los datos más ciertos acumulados por Garcilaso en su obra sobre la “Conquista de la Florida”, recogidos de viva voz de quienes en ella participaron. Se sabe positivamente, y así consta en la obra de Brinton sobre lenguas americanas y en la más especializada de Swanson -- ambas citadas por Juan Luis Martín - que los indios calusas y otros congéneres que habitaban en lo que los supervivientes de la expedición de Narváez llamaron Archipiélago de los Mártires, de que forman parte Key West y Cayo Vaco, eran también taínos, término que se ha aceptado convencionalmente para designar a los indígenas antillanos de procedencia aruaca. (C)

Bachiller y Morales en su libro “Cuba Primitiva”, presentado al Congreso de Americanistas en Madrid, dió el golpe de gracia a la hipótesis de la procedencia maya de los indígenas de Cuba, creada caprichosamente sin ningún fundamento, ni documental ni deductivo, por mera inferencia de determinados escritores. Contemporánea de esta opinión fué la sustentada por algunos en México, por decir ciertos indios de la costa del golfo mexicano que procedían del Oriente y que la meseta del Anáhuac y sus estribaciones oceánicas estaban pobladas por emigrantes de las Antillas. En todo esto sólo se adivina un viejo mito. De la comparación de los restos de cerámica, de instrumentos domésticos, de formas de construcción, de armas, de usos y costumbres, aparte de la que brindan los ingenuos relatos de los misioneros y exploradores sobre religión e instituciones políticas, practicado todo esto en bibliotecas europeas y museos de rigidez escolar, Frobenius ha deducido que Cuba y acaso floridana más meridional, marcaban el límite de la cultura amazónica que ostentaba unidad de tipo con otras más avanzadas del continente suramericano. (C)

Uno de los problemas que más han preocupado a los historiadores es el de la rápida despoblación de Cuba y otras Antillas en los primeros siglos del descubrimiento. Posteriormente ha querido verse cierta supervivencia aborigen en el país, pero es preciso no olvidar los frecuentes trasiegos que de los siervos indios hacían los encomenderos entre unos y otros países americanos, dando así lugar a la presencia de indígenas de Tierra Firme, La Florida y México en la Cuba primitiva. No se ha de atribuir a las condiciones en que se desarrolló la conquista la extinción del indio cubano, aparte de que el historiador mexicano Pereira probó de modo indubitable que en los relatos del Padre Las Casas las exageraciones sobrepasan todo guarismo, ya cuanto a la población del país como a los hechos de los primeros pobladores, a los cuales Pereira, con sus argumentos, no pretende exculpar de su reconocida dureza. (C)

Contra lo que generalmente se cree, el hombre primitivo se halla indefenso ante la hostilidad de la Naturaleza. Posee una intuición mayor que la del hombre civilizado para enfrentarse con hechos puramente naturales y los rigores del ambiente, pero nada puede contra las terribles plagas bacilares. En un páis como Cuba, de clima propicio al desarrollo de mosquitos transmisores de paludismo y fiebre amarilla, en el que la putrefacción de las aguas y de las materias orgánicas se produce con increíble rapidez, el hombre debía hallarse propicio a rápida contaminación y bajo constante riesgo. Podemos imaginar los estragos que entre los indígenas causarían las epidemias palúdicas, la tifoidea, la fiebre amarilla, la viruela y todos esos males contra los cuales todavía en el día de hoy lucha el hombre con manifiesta desventaja. (C)

En la primitiva sociedad siboney, el behique-sacerdote, era el médico. Su poder curativo era nulo, empírico. Todos los males que sufría el individuo se atribuían a influencias maléficas espirituales de los genios de la Naturaleza y de los otros hombres. Conocían las propiedades de algunas plantas medicinales, pero ignoraban los principios de la más elemental higiene. Su alimentación no era la más conveniente. Los efectos de los rayos solares no podían ser evitados y las aguas no reunían siempre las condiciones higiénicas necesarias a la salud. Así pues, Cuba precolombina no debía encontrarse muy poblada. Es muy notable el hecho de que en las otras Antillas se tuviera a Cuba por el “País de los muertos”. También en este punto seguimos los trabajos filológicos de Juan Luis Martín, publicados en distintos periódicos y revistas contemporáneos. Las condiciones físicas del indio cubano, por aquella tan manida máxima de la medicina antigua de intelecto sano en cuerpo sano, no podían ser propicias al desarrollo de un grado de cultura superior. El ambiente precario lo condicionaba todo. Por eso era pobre su música - los areítos que nos han llegado son falsificaciones, perfectamente esclarecidas, de ritmos de otras procedencias-; pobre su sentido estético, pobres sus ideas religiosas y económicas y pobre su organización política, derivada de su intercambio material.(C)

El indio no pereció seguramente tanto a punta de lanza como por las condiciones físicas en que se desenvolvió después de la conquista su existencia, condenada al trabajo obligatorio. El indio fracasó ante la presencia de una civilización primitiva más enérgica, que fué la del negro. Africa transportada a las Antillas acabó con el indio. El mestizaje del indio y el negro borró para siempre los rasgos físicos del siboney o del taíno en esta tierra tropical, “paraíso de los muertos”.

JOSÉ A. FERNÁNDEZ DE CASTRO

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Última Revisión: 26 de Mayo del 2003
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