Guije.com Ignacio Agramonte y Loynaz en «Próceres» por Néstor Carbonel
  
Ignacio Agramonte y Loynaz en «Próceres». Bandera de Cuba.

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10 de abril - Calendario Cubano.

Ignacio Agramonte y Loynaz
Próceres
Néstor Carbonel

Ignacio Agramonte y Loynaz en «Próceres» por Néstor Carbonel.
Ignacio Agramonte y Loynaz
“Nació el 23 de diciembre de 1841.”
“Murió el 11 de mayo de 1873.”

“Tenía Agramonte, como San Martín, al decir de un egregio poeta, dos blancuras: su espada y su conciencia. Era un santo por la bondad y un león por el valor. Martí lo llamó "un brillante con alma de beso"; Zambrana, "un arcángel soñado por la leyenda de oro"; Manuel Sanguily, "un romano de los heroicos tiempos de la gran República". Nuestra historia, todavía en pañales, no lo ha mostrado hasta ahora más que para reverenciarlo y bendecirlo. Nadie sabe si tuvo errores, si pecó alguna vez, si hizo mal. Nadie sabe más sino que fue, en la República en armas, un Catón; para sus soldados, un camarada y un padre; para el enemigo, en el combate, todo fiereza; en la adversidad, todo perdón. Ignacio Agramonte fue, entre aquella pléyade de gigantes del 68, la encarnación de los más puros anhelos de democracia y de respeto a la libertad plena del hombre. Los cubanos nunca podrán olvidarlo. Mientras haya quienes opriman, tendrá contrarios; mientras haya oprimidos, tendrá hijos...


“En la ciudad de Puerto Príncipe, hoy Camagüey, nació. Fue su padre persona de cultura y energía poco comunes en aquellos tiempos de esclavitud. Y su madre, una bella dama de fina distinción. En distintas escuelas de la propia ciudad natal hizo los primeros estudios. Luego, mozo ya, pasó a la Habana, donde ingresó como alumno del Salvador, famoso colegio de José de la Luz y Caballero -mentor sublime de grandes almas y grandes entendimientos. De este colegio salió para la Universidad, donde obtuvo, más tarde, el grado de licenciado en Derecho Civil y Canónico, ganando las más altas notas en los exámenes de cada una de las asignaturas. Abogado titular, regresó a Puerto Príncipe, donde a poco era como el niño mimado de la sociedad: los hombres lo respetaban; las mujeres lo amaban. En defensa de una hermosura, tuvo un duelo con un militar español, al cual hirió en el cuello. Galante y cortés, la vida hubiera dado en todo instante por su dama: ¡por una dama!


“Meses antes de estallar en Yara la revolución iniciada por Céspedes, contrajo matrimonio, sin abjurar por ello de la libertad, madre santa a la que en silencio se había jurado y le había prometido el brazo fuerte, el ancho pensar, el generoso sentir. Así, cuando supo el levantamiento del caudillo bayamés, tomó sereno la resolución de secundarlo; y al mes escaso, seguido de otros jóvenes camagüeyanos, se echó al monte, a la manigua, abandonando las dulzuras del hogar, todavía oliente a azahares, y a la bella compañera, todavía con las mieles del primer beso en los labios... La patria era lo primero. El deber primero que la felicidad. Morir como un perro entre breñas y piedras, primero que vivir entre flores y luces, pero sin ciudadanía y sin bandera.


“Desarmados, indisciplinados, comidos de discordias los cubanos, pocos meses después de haber estallado la revolución, parecía ésta en peligro inminente de fracasar en el Camagüey, cuando imponiéndose él, por la elocuencia de la palabra y la fe de su patriotismo, logró guiar a la mayoría por el camino del deber. Gracias a su entereza, se dio la espalda a los propósitos de sumisión propuestos por Napoleón Arango. Por su entereza, por su valor a toda prueba, no recibió la guerra, entonces, en el Departamento del Centro, puñalada de muerte.


“Cuando las fuerzas cubanas de Oriente proclamaron a Céspedes Jefe Supremo -Capitán General de la isla de Cuba-, Agramonte, y con él los componentes del Comité del Centro, trataron, después de decretar la abolición de la esclavitud, de convencer al caudillo de Yara de la necesidad de dar, desde sus raíces, forma y carácter republicano a los territorios insurreccionados. Pero Céspedes no accedió, por lo que, comisionado Agramonte para entrevistarse con aquél, así lo hizo, dando esto lugar a la ruptura y enemistad de ambos próceres. Los revolucionarios, más tarde, dieron en parte la razón a Agramonte. Convocada la Asamblea de Guáimaro, se reunieron representantes de todas las provincias en armas. Allí quedó aprobada la Constitución de la República, obra de Agramonte y de Zambrana, Secretarios de la Asamblea Constituyente, y luego de la primera Cámara legislativa.


“Días después, constituido el Gobierno, elegido Céspedes Presidente, abandonó Agramonte su puesto de Secretario de la Cámara legislativa, para ir, nombrado Mayor General, Jefe de la División del Camagüey, a organizar militarmente aquella provincia. Fue entonces que se mostró en toda su grandeza, hombre de gran carácter, de raras cualidades: hombre enérgico, valiente, generoso, puro. Viejas rencillas y nuevas divergencias le hicieron renunciar el cargo, volviendo más tarde a él, al ver que la revolución agonizaba. Agramonte hizo un llamamiento al honor y al patriotismo de sus paisanos, y -prodigio de actividad y abnegación- levantó los espíritus caídos, fortaleció a los menguados y esparció en torno suyo la esperanza.


“La suerte no le acompañó siempre: en más de una ocasión le negó ésta sus favores, como en el ataque a la torre óptica de Colón, en Pinto, desastre del que se repuso después realizando una hazaña digna de las páginas de la Ilíada.


“Fue ésta el rescate de su amigo y compañero Julio Sanguily, el bravo general, bello como un personaje de leyenda. Avisado Agramonte de que Sanguily había caído en poder de los españoles, siente latir el corazón con latidos desacompasados, y resplandeciente el rostro por la luz de la inmortalidad, no pregunta qué fuerzas lo llevan prisionero, ni cuántos hombres componen la suya, ni las condiciones en que estaba, sino que, enardecido, colérico, se pone en persecución del enemigo. Cuando pudo divisarlo, se vuelve a los suyos, para decirles: "El general Sanguily va prisionero en aquella columna española, y es necesario rescatarlo vivo o muerto, o perecer todos con él." Terminado este apóstrofe, ordena, sin dar tiempo a reflexiones, que se tocara a degüello, lanzándose el primero, al frente de sus treinta y cinco compañeros, machete en alto, sobre la tropa contraria. Sanguily fue rescatado.


“Muchas serían las páginas que habría que escribir para reseñar, ligeramente que fuese, las proezas de Agramonte. Luchando sin descanso, peleando casi diariamente, estuvo cerca de dos años, hasta que al fin, en los campos de Jimaguayú, cayó desplomado en el fragor de un combate. Su cadáver, como el de Martí en la revolución del 95, quedó en poder de los adversarios, y conducido a su ciudad natal, fue quemado, y sus cenizas esparcidas al viento... ¡Al viento de la inmortalidad y de la gloria!...”



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Última Revisión: 1 de diciembre del 2010
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