Guije.com Las Raíces del País por Jorge Mañach como se publicó en la revista Bohemia el 14 Noviembre 1948.

Las Raíces del País por Jorge Mañach. Bandera de Cuba.

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Las Raíces del País por Jorge Mañach en la Bohemia del 14 Noviembre 1948

14 Noviembre 1948
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Las Raíces del País
por Jorge Mañach
en Bohemia
14 Noviembre 1948

“Las Raíces del País”

“Las cosas siempre vienen de mucho más atrás de lo que se supone, sobre todo en la Historia, que es esencialmente un devenir. Por eso se ha dicho con razón que es metódicamente falso hacer la división de los períodos históricos atendiendo a los momentos culminantes de un desarrollo. "El periodo -escribe Spangenberg- comienza allí donde sé inicia una nueva evolución, no donde alcanza su punto más alto". Ciertamente no comienza -añadamos por nuestra cuenta- allí donde el azar de las cosas, o la profunda determinación de viejos factores, produce una aparente coyuntura.


“Según esto, habría que revisar en nuestra historia la noción, un poco deprimente, de que la conciencia criolla, sumida en un letargo de dos siglos, vino a "despertar" con los cañonazos ingleses de 1762. La Colonia propiamente dicha, y con ella el primer sentido "activo" de comunidad, comenzaron sin duda a formarse bajo la égida carolina y después del ataque de Albermale a La Habana. Pero las estribaciones venían de más atrás.


Arango y Parreño: da testimonio de que un nuevo sesgo se hace sentir en la economía insular - Las Raíces del País por Jorge Mañach.
“Arango y Parreño”

“En el reinado de Carlos III (1759-1788), ápice español de lo dieciochesco, de lo neoclásico cuajó para el mundo hispánico un movimiento de ideas, el Iluminismo, originado en el Occidente europeo, particularmente en Inglaterra y en Francia, a fines del siglo XVII. Se fundaba ese movimiento, como es sabido, en una interpretación del mundo basada totalmente en las ciencias de la Naturaleza. Digo totalmente, porque la cultura que le precedió, a seguidas del Renacimiento, estuvo todavía muy preocupada de lo sobrenatural: fue, en realidad, una transacción entre las creencias del Medioevo y el naturalismo renacentista. Hasta el siglo XVIII no se toma francamente la decisión de entender las cosas del mundo en términos de sí mismas exclusivamente, y no de una realidad superior o trascendente.


“Newton había demostrado al fin la viabilidad científica de la hipótesis según la cual el Universo es realmente uno, sujeto todo él a legalidad, regido uniformemente por las mismas leyes. Esta enseñanza había sido ella misma legisladora para todos los espíritus de su tiempo e introducido en todas las zonas humanas una voluntad de ordenamiento , de legalidad, de regimentación, como ahora se dice. El siglo XVIII ve surgir todo genero de preceptivas, desde la física hasta la política, pasando por la retórica. Hay en el ambiente una obsesión de norma, de cálculo, de equilibrio. En política, por ejemplo, se comienza a hablar del "equilibrio de poder". Cunde la confianza en la razón de todo lo natural y, por tanto, en los derechos de la sociedad, del hombre, de la tierra en que vive. Por todas partes se quiere conciliar el espíritu legislativo con el espíritu razonable. Es, en suma, la época del "despotismo ilustrado", de "las luces" y la cultura científica y utilitaria; se abre paso cierta benignidad jerárquica en lo social, y en lo económico la libertad de lucro se concilia con la regulación racional de aprovechamiento. A eso responde, en último análisis, el tránsito de la "factoría" individualista a la "colonia" calculadora.


“Por lo mismo que ese espíritu iluminista no habla nacido en España, sino que repercutió en ella al amparo del parentesco borbónico, tardó un poco en incorporarse a la Peninsula, y entonces sólo moderadamente. A América, como es natural, llegó aun más tardío y debilitado. En cuanto a Cuba, hasta pareció necesitar de una brecha violenta: la toma de posesión de La Habana por los ingleses en 1762, consecuencia lejana del Pacto de Familia y sus complicaciones. La común noción de que a ese percance militar se debió la transformación de la factoria, es irrefragable si se piensa en el hecho como causa eficiente; pero el sentido polémico con que se le señala y el alcance absoluto que se le otorga son, sencillamente, antihistóricos o superficiales.


“Liquidado el mesianismo europeo de los Hapsburgos, España se hubiera probablemente resuelto, bajo el mando borbónico y la presión de las nuevas ideas francesas, a "desmovilizar" su explotación de América y a fomentar en ella economías genuinamente coloniales, si al mismo tiempo no se hubieran intensificado las seculares amenazas de Inglaterra, que obligaron a la nueva dinastía a mantener un fisco severísimo para su propia defensa. Así y todo, la explotación se hizo más cuidadosa desde comienzos del siglo XVIII. En cuanto a Cuba, Arengo y Parreño da testimonio de que un nuevo sesgo se hace sentir en la economía insular "desde que reina la casa de Borbón en España". Carlos Dl ocupa el trono en 1759. Una de sus primeras iniciativas es ordenar una investigación de la vida económica del Imperio. El dictamen se le rinde en 1761. Al año siguiente ocurre el asalto inglés a La Habana. No parece dudoso que aun sin semejante provocación, aquel monarca iluminista, muy empapado, como todos sus ministros, de cuanto los Enciclopedistas franceses habían escrito contra los métodos de España en América. le hubiera mandado por su cuenta a Cuba todo lo que los ingleses se adelantaron a importarnos.


“De hecho, sin embargo, la ocupación inglesa de La Habana precipitó la transformación. Súbitamente, la aldea se enteró de que el mar era algo más que un "caldo de tiburones" y de- piratas y de que había un mundo tras él. En menos de un año. vivió La Habana más intensidad de tráfico que en loa dos siglos anteriores. Oyó lengua extraña, y aunque no le entendiera bien los conceptos, se percató de que expresaba, con miramientos y voluntariedad a la vez, todo un sentido nuevo del mando y del mundo. Finalmente, la defensa misma de la plaza por españoles y criollos devolvió a la comunidad el sabor de la sangre, que ya tenla olvidado, y estrenó en ella, al margen de lo oficial, una vaga conciencia de su ser propio y del coraje con que era capaz de sustentarlo.


Carlos III: Una de sus primeras iniciativas es ordenar una investigación de la vida económica del Imperio - Las Raíces del País por Jorge Mañach.
“Carlos III”

“Por lo mismo, no fue aquello un relámpago tras el cual se cerrara de nuevo la noche. Aparte de que Carlos III tenla en mucho la ilustración del despotismo, el y sus ministros no pudieron menos que percatarse de que el episodio inglés habla operado una mutación profunda en el clima psicológico de la autoridad Insular. Durante más de dos siglos, el poder español sobre la factoría se había asistido de cierto prestigio de inexpugnabilidad. La ocupación inglesa de La Habana- que, como sabemos, era virtualmente la Isla entera-quebrantó Irreparablemente ese prestigio, rompiendo la magia de que todo poder absoluto se vale para no ser resistido. Después de aquella violación, la Corona se verla obligada a elegir entre el poder por benignidad o la muda opresión. Carlos III y sus inmediatos sucesores optaron por el poder benigno.


“Preservadas, pues, en discreta medida, las libertades económicas que Albermale había Improvisado in corpore vilis, en tierra ajena, se inició una etapa que fue, a la vez, la salida de la factoría y la entrada en la colonia. Las décadas finales del siglo tienen todavía por signo a La Habana, cuyas nuevas fortificaciones la habían confirmado como una de las ciudades claves del Imperio, si no la más importante. Todavía en el número del Papel Periódico de 1792 se lea un artículo en "Respuesta a la Cuestión: ¿Qué ha hecho La Habana para su fomento, para su lustre?", manteniendo la tesis de que toda su prosperidad de entonces venia da las libertades del 65. "La Habana" seguía cifrando a la isla entera.


“Al terminar la centuria, sin embargo, ya esa designación apenas es más que un tropo mantenido por la fuerza del hábito y de los intereses creados a su amparo. Lo cierto es que el ámbito vital efectivo comienza a desbordar semejante localización. La imagen del habitat criollo se ha ensanchado. No es ya la capital sólo, sino la capital más su tierra. Al despertar de la consabida "siesta" colonial, San Cristóbal se estira y -válganos aun para metáfora el santo- toma en sus hombres al "país" recién nacido.


“Ya se sabe que de esa transformación fue agente un grupo esclarecido de rectores, presididos por el Gobernador Las Casas. Pero no estamos haciendo historia de nombres ni de cosas: lo que más nos importa es el espíritu de esa obra, que buscamos por vías indirectas. En 1793 se funda en La Habana la Sociedad Económica de Amigos del País. Este nombre llevaba en si todo el espíritu del siglo. Vale, pues, la pena glosar brevemente los tres conceptos que en él se daban.


“Empecemos por el último de ellos, el concepto de "país". La palabra y en cierto modo la idea, eran nuevos. No se encuentra la primera, que yo recuerde, en las viejas letras de España. Se habla en ellas de "partes", "señoríos", "reinos", "logares", "tierras", - pero no de "países". El eminente lingüista español Navarro Tomás me asegura que el vocablo surgió en el siglo XVIII. ¿Por qué precisamente entonces? Sin duda, por el acento de retorno a la tierra, a la valorización justa de la tierra, que entonces tomó el pensamiento económico.


“Del latín pagas (que tan limpiamente se conserva en la voz "pago" con que hablan los argentinos de sus campos), le vino la palabra "país" su sentido originario de campo o comarca rústica, Ese significado se fue extendiendo en las lenguas romances hasta designar una región, y aún, luego todo un territorio políticamente demarcado; pero sin que nunca se perdiera el sentido interno de tierra doméstica, de tierra en la cual y para la cual se vive. Todas las connotaciones sentimentales de lo terruñero se fueron asociando así a la palabra. Ella dio de si el vocablo "paisaje" como representación fragmentaria y amable de la tierra, y por el mismo camino llego a cifrar, en nuestro tiempo ya, cierto misticismo nacionalista, más doméstico que imperial, ilustrado, por ejemplo, en Maurice Barrés.


“¿Será extremado pensar que si la palabra "pala", tan fuertemente vinculada al amor de la tierra, no aparece en la literatura vieja o clásica de España es porque esta, en realidad, nunca tuvo tiempo de llegar a ser pueblo asentado en su propia tierra y amoroso de ella, sino más bien guerrero y andariego, pueblo de "Iglesia, mar y casa Real", como rezaba el dicho clásico? Si después de la Reconquista la expulsión de los moriscos se tradujo en ruina de la agricultura, como tantas veces se ha dicho, ¿ no quedaría así ilustrado ese desvío? La pintura española clásica carece de paisaje. Azoran y Américo Castro han hablado de la lenta y demorada evolución que tuvo en España la emoción literaria de la Naturaleza. Es de suponer que aquellos elogios de Colon a la hermosura de nuestra tierra eran puro humanismo italiano. En todo caso, se sabe cuán poco se inclinaron al deleite bucólico los conquistadores y colonizadores de América.


“Claro que contribuyo mucho a eso el sentido económico general de la época; ya recordamos que la Conquista fue una empresa regida por el mercantilismo extractivo, perforador de paisajes. En cambio, la Ilustración hace germinar en la dulce Francia, amadora secular de sus campos, las ideas fisiocráticas, regidas, como toda la cultura de la época, por la noción de "Naturaleza". Los fisiócratas sustituyen la fílosofía industrial y comercial de la economía, característica del mercantilismo, por otra en que se combinan la valoración de la agricultura con la valoración de la libertad. Se entiende, una libertad relativa, regulada, fiscalizada en provecho de la sociedad y de los gobiernos; pero al mismo tiempo estimulada en toda la medida posible hacia el aprovechamiento amoroso y previsor de la tierra. Quesnay fue el filosofo de eso en Francia, y de Francia importaron las "Sociedades Patrióticas" o "Económicas" de Carlos III el concepto dei "país", que era una noción accesoria a aquella exaltación de la agricultura.


“Naturalmente, otro concepto que habla que explicitar en el nombre de tales sociedades era el de "económicas". Lo económico era lo principal, aunque, casi desde su fundación, el nombre de aquellos institutos oscilara entre la calificación de "patrióticas" y la de `económicas". Seria curioso investigar por que tendió a preferirse en un principio el primer adjetivo. En Cuba, desde luego, contribuía a prevenir peligrosos equívocos, y no deja de ser significativo que, a medida en que se atenuó la idea de un patriotismo adscrito a la península, lo de "económicas" tendió a prevalecer.


“A través de ministros y arbitristas españoles impregnados en la ilustración repercutieron esas ideas con más o menos intensidad en la Península y en América. Jovellanos, el más fervoroso sustentador de las Sociedades allá, compuso en 1794, a instancias de la de Madrid, su me­morable Informe sobre la Ley Agraria, que es toda una protesta centra la desolación de la tierra es­pañola. Y con Jovellanos- afirma Azorín- renació en la literatura de España el sentido del paisaje... En Cuba, su influencia fue más positi­va. En el informe bebieron inspi­ración Arango y Parreño y todos los rectores económicos de la nue­va etapa insular. El trascendental Discurso sobre la Agricultura en La Habana y medios de fomentarla, es­crito en 1792, abre una época. Arango habla todavía de "La Ha­bana"; pero está ya pensando en el "país".


“Esto significaba, por lo pronto, una economía del agro, y no ya ex­trovertida y flotante, sino arraiga­da y orgánica; no de mero abasto y exacción, sino de fomento y expor­tación. En suma: una economía responsablemente colonial. Desde que este cambio de conceptos eco­nómicos se produce, surge todo un conjunto accesorio de nociones y de actitudes sociales, culturales, inclu­so políticas. En lo que a las rela­ciones con la Metrópoli se refiere, les colonos no serán ya mera dele­gación servil del poder, mero **fac­tor" de su interés lejano. Representarán un interés propio, comparti­do con la Corona, y reclamarán un equilibrio racional y previsor entre el poder remoto que cobra tributos y el poder inmediato que trabaja y cuida. A diferencia de la factoría, la colonia tiene ya derechos frente a la Metrópoli. Los súbditos de la Corona estaban también obligados a ser "amigos del país". Surgía así, con la imagen de la tierra más allá de "La Habana", el primer movi­miento de los espíritus hacia una solidaridad nativa e insular.”



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