Guije.com Guerra en 1895 en «Historia de Trinidad» en Ciudades, Pueblos y Lugares de Cuba


Guerra en 1895, Historia de Trinidad, Las Villas, Cuba


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Apéndice 1
Apéndice 2
Apéndice 3
Apéndice 4
Apéndice 5
Apéndice 6
Apéndice 7
Apéndice 8



El Municipio de Trinidad
“Historia de Trinidad”
“Parte Quinta”
“Capítulo VI”
“De la Guerra en 1895 en Trinidad (1)”
“A) La Guerra en 1895”
Ciudades, Pueblos y Lugares de Cuba

“Sumario: El Partido Revolucionario y su labor en Trinidad. Agentes revolucionarios que visitan a Trinidad. -El 24 de febrero en Trinidad. -Juan B. Spotorno visita a Bartolomé Masó. -Fuerzas Españolas que había en la ciudad. -Los primeros sublevados. -Sus nombres y hechos de armas. -Llegada de un escuadrón de la Guerrilla del Comercio de la Habana. Llegada de los batallones de Alava y Vizcaya. -Fiestas en el Casino Español. -Hechos de armas del Brigadier Lino Pérez y de Blas Hernández. -Tremenda crisis del trabajo en Trinidad. -Los trabajos del Ferrocarril del Valle. -Miguel Martínez Campos en Trinidad. -Muchos jóvenes, casi niños, se van a la revolución. -Ataca L. Pérez a Güinia de Miranda. -La acción de Guanayara. -Bajas Españolas. -Funerales del soldado muerto. -Alarma en la ciudad. -El Brigadier Rogelio Castillo ataca el pueblo del Condado. -Combate de la Ceiba. -El choque del General Bandera con el Coronel Rubín en San Pedro. -Los jóvenes Francisco Zerquera Alomá, Fernando Hernández Reyna, Arminio Bequer se incorporan a la Revolución. -Alzamiento de José Téllez Caballero y José María Mauri y Urquiola. -Instalación del cable submarino. -Número total y parcial de las fuerzas cubanas en Trinidad a fines de 1895.


“Apenas constituyó Martí (1892) en los Estados Unidos el Partido Revolucionario Cubano para dar forma y proveer a las necesidades de la guerra, en Trinidad, en la cual nunca había decaído el amor a la libertad de Cuba, tradicional desde los tiempos de los Iznaga, empezaron a formarse grupos donde se comentaba, a diario, las actividades encaminadas a preparar la nueva Revolución libertadora.


“Las logias masónicas, los salones de la inolvidable "Tertulia", situada entonces en la calle de la Boca, donde hoy (1944) está una escuela pública, entre Gloria y Gutiérrez, las sociedades de color "La Luz", y "El Fénix", las casas de muchos vecinos, como la de Alberto Cantero en donde vive hoy el señor Rafael Echerri, conocida, entre los jóvenes revolucionarios por "Cayo Hueso", en recuerdo de la cuna del Partido Revolucionario de Martí; todo eso era el asiento y el ventalle de ideas radicales revolucionarias y aparecía como los centros futuros de reclutamiento de nuestros libertadores.


“En "La Tertulia" se reunían Manuel Porras, prominente miembro de su Junta Directiva; Abad Iznaga, venerable anciano de bellidas barbas, asiduo concurrente de esa sociedad de recreo; Don Felipe Echerri, Don Antonio Mauri Medina y una pléyade de mozalbetes, casi niños algunos, que se colaban en el patio espacioso y se sentaban bajo aquel su ancho portal interior, entre los cuales se contaban Máximo Sanjuán, que vivía no muy lejos de allí, Francisco y Rodrigo Frenero, Armiuio Béquer, Miguel Suárez, Felpe, Teodoro y Enrique Lara y Hernández, Pablo Echerri, José María Mauri, Guillermo Magdaley, Rogelio Salabarría, Tomás García Altunaga, (2) y, descollando por sobre todos por su inquietud intelectual, Juan Melitón Iznaga, hijo de Don Abad.


“Estos cenáculos políticos estaban presididos por viejos trinitarios, alguno de los cuales figuraron en la Guerra del 68, como Juan Bautista Spotorno, Charles Lynn, Comandante veterano, medio hermano de Spotorno, que figuró en la de 1895, Don Manuel Santander y algunos otros, como el Licenciado Joaquín Sánchez Arregui, el Doctor José Antonio Balbañía, el Doctor Emilio Sánchez, el Doctor Joaquín Panadés, el Doctor Fernando Aparicio, el Doctor Alejandro Cantero, aunque no habían figurado en las filas del ejército libertador, mostraban más o menos encubiertamente, una profunda simpatía a la guerra que se avecinaba. Spotorno, enrolado ciegamente en el autonomismo, opinaba que era inútil acudir a las armas porque la lucha era muy desigual, y estaba persuadido de que la República vendría a través de la preparación adecuada de los cubanos en un régimen autonómico de tipo inglés. Cuentan que, más de una vez alguno de los mozos que escuchaban al Expresidente de la República, le salían al encuentro y le echaban en cara la pérdida de la fe que lo llevara a los campos de batalla en la pasada jornada.


“En la Tertulia se formó una especie de Club revolucionario, y fue allí donde se encendió el ambiente público y donde prendió más profundamente la acción desarrollada por Martí en los Estados Unidos; y ahora, que, se va a narrar nuestra participación, nuestros dolores y nuestra miseria en la guerra de 1895, es la ocasión de tributar un amoroso recuerdo a aquella Sociedad y a los hombres que mantuvieron en ella el ansia viva de la patria irredenta. Vivimos de la herencia grande o chica, buena o mala del pasado, y debemos reverenciar a aquellos varones que procuraron la mayor suma de bien para nosotros.


“Entre los años de 1892 y 1895 Trinidad fue visitada por unos "agentes viajeros", como llamaban a los revolucionarios que nos hacían visitas más o menos largas y andaban de conciliábulos en los lugares de recreación pública donde pudieran ganar adeptos. Otros, más discretos y responsables, venían a ver a gente de pro, de hondo arrastre en la opinión trinitaria, y terminados sus coloquios, tomaban el vapor, a veces, al día siguiente de llegar, porque la línea de transporte marítima que usábamos tenía los viernes en la tarde un vapor que venía de la Habana, tocando en Cienfuegos; y, a la mañana siguiente, sábado, llegaba el de Santiago de Cuba rumbo a Cienfuegos y Batabanó. Así estuvimos hasta que desaparecieron de nuestras costas aquellos lindos palacetes flotantes, limpios y bien servidos, que ofrecían espléndidos banquetes en almuerzos y comidas, y que se llamaban "Antinógenes Menéndez", "Reina de los Angeles", "Argonauta", "Purísima Concepción", "Villa Clara" etc.


“Uno de esos grandes visitantes fue el insigne patriota y periodista Don Juan Gualberto Gómez, junio de 1894, brazo derecho de Martí en la ejecución en Cuba de sus planes de guerra; pluma incansable en su afán de probar aquí y en la misma España el derecho de esta tierra a su emancipación.


“Don Juan se entrevisto con Spotorno y mantuvo con él largas horas de agitada conversación, pero todo fue inútil; cuando nuestro ilustre paisano tomaba una resolución, que él juzgaba la mejor, nada ni nadie lo modificaba en ella. Era Spotorno hombre de una sola pieza; pudo incurrir en errores, porque no era oráculo que leyera en las lejanías de los tiempos, pero fue un hombre leal, sincero, fanático de sí mismo, si cabe esta expresión.


“Ni Juan Gualberto Gómez, por grande que fuera su influencia y prestigio, ni Gerardo Castellanos -que había visitado a Spotorno en septiembre de 1892 como enviado especial de Martí- fueron bastante poderosos para llevar a nuestro paisano a las filas del Partido Revolucionario. El había hecho ya, desde 1879, profesión de fe en el Autonomismo, y habla jurado en la capilla de sus príncipes, con profunda unción, su lealtad y devoción; y así, cuando en 1895 estalló el movimiento de Baire, Spotorno se encontraba, hacia muy alejado de sus hombres, de sus principios y doctrina.


“Ya andando la revolución, llegó a Trinidad el joven médico Doctor Fortunato Sánchez Osorio. Este no perdió tiempo en su labor. Se entrevistó con no poca gente para arrastrarla a la manigua. Parece que no faltaron algunos imprudentes que soltaran demasiado la lengua o desleales que pusieran en auto a las autoridades de los trabajos de este buen cubano; lo cierto es que la policía intervino, y a duras penas, pudo escapar de la cárcel por gestión del acreditado español Don Rafael Suárez. Vino también por aquí el vizcaíno Daniel Aramburo, valiente propagandista que se alzó en armas y fue muerto en Palmarito meses después.


“Llega febrero de 1895… La guerra se nos venía encima. La labor de Martí llegaba a su cúspide. El clarín de guerra se apercibía para tocar diana... Y cuando todo estaba listo, en un rincón de Oriente (Baire), y en una colonia de cañas de Matanzas (cerca de Ibarra), surgió la llama de la Revolución, y el país entero, a diferencia de lo acontecido en la otra guerra, volcó sobre los campos los soldados que habían de libertarlo.


“¿Que ocurrió en Trinidad el 24 de Febrero de 1895? Era yo muy niño, frisaba en los nueve años de edad, pero los recuerdos de entonces brillan en mi memoria como cosas de ayer. A esto se une la copia abundantísima de datos que, desde hace años, vengo recogiendo para escribir los "Recuerdos o Memorias" de mi vida andariega y quebradísima. Con aquellos y con éstos voy a escribir este capítulo, parte de un gran todo, para complacer a mi amigo fraternal, el historiador amoroso de las cosas de nuestro solar nativo Francisco Marín Villafuerte.


“Era domingo. Sería poco más o menos la una y media de la tarde. El Santísimo estaba de manifiesto en la parroquia mayor. Llegan a mi casa, de pronto, de la iglesia vecina, varias señoras, amigas de mi madre, y, cerca de mí, oigo que le dicen: "ya estalló la Insurrección", porque este era el nombre que a ésta, como aquella otra rebelión del 68 daban los viejos trinitarios. Oír yo ésto y saltar como un alambre del lado de mi madre, y correr por la casa anunciando a todos, sin conocer su sentido, que la Insurrección había estallado, todo fue uno. Mi madre me reprende; me llama al silencio, advirtiéndome la gravedad del caso. Yo me compongo, pero hago lo posible por marcharme a la calle, Demoro en pequeños menesteres del hogar; y, a eso de las cuatro y pico de la tarde, brujuleo en las calles con otros amigos, alborotados como yo, con los toques continuos de las cornetas de Voluntarios que llamaban a inmediata formación, anticipando, así, estos ejercicios que solían hacer para lucir inocentemente sus uniformes y charreteras en las tardes de los días de fiesta. Pero, entonces, la fiesta iba a ser seria.


“No tardaron en fijar en la esquina -recuérdolo bien- de la tienda de telas "La Aurora" que estaba en Gutiérrez, esquina a Desengaño, unos cartelones que mis compañeros y yo leíamos con avidez, firmados por el General Calleja con su Bando en que ponía la Isla en estado de guerra o sitio. Aquello era nuevo para nosotros; y, tal vez, por eso se fijó en mi memoria con la seguridad con que se fijan, según los preciosos estudios de Ribot, las impresiones de la primera edad, conservadas, casi siempre, aun bajo el derrumbe intelectual que producen las amnesias y la senilidad. Es la ley regresiva de los recuerdos que, ya adulto, estudié en libros fundamentales de Filosofía.


“Voluntarios por aquí; guardias civiles, en actitud hosca, por allá. Guardias del orden público deambulan, desconfiados, por nuestras calles. Cuchicheos en las casas, lejos de la presencia de los muchachos imprudentes. Visiteos en las mansiones de los graves señores como para adivinar los hechos que se acercan. Así transcurrieron en Trinidad las horas de aquella tarde y de aquella noche memorables que ponían una enorme interrogación en el ánimo de los tranquilos moradores de esta ciudad, al parecer, dormida siempre en el regazo de la más insospechada felicidad.


“Mientras tanto, llegan noticias de otros levantamientos en Oriente. La cosa es más seria de lo que creían los elementos conservadores y autonomistas. No es una simple intentona o algarada, a estilo de otras alocadas que habían ocurrido después de la paz del Zanjón. No es una chispa: es un volcán que conmoverá toda la superficie y entraña de nuestro país. Pero algunos aun tienen esperanzas ingenuas de atajar el torrente; y, entre ellos, aparece Don Herminio Leyva Aguilera, de Gibara, donde nació el 6 de julio de 1836; uno de los comisionados de paz en la Guerra Chiquita de 1879. Desempeñaba, a la sazón, en hacienda la plaza de Jefe de administración de tercera clase, y, usando de la amistad que le unía a Don Bartolome Masó, abogó cerca de este para que depusiera las armas. Don Bartolomé no le prestó atención. Leyva falleció el 5 de noviembre de 1897, antes de que ocurrieran los hechos que trajeron a la República.


“Estas gestiones estimuladas por el Capitán General Calleja, hombre, de suyo, pacífico, y por los magnates del autonomismo, movieron, erróneamente, a nuestro buen paisano Spotorno, sin meditarlo, seguramente, a tomar parte también en el movimiento de pacificación y, sin encomendarse a Dios, ni al diablo, tomó en la mañana del 5 de marzo de 1895 en Casilda, el vapor "Antinógenes Menéndez" para recoger en Tunas de Zaza a Don Mareos García e ir ambos a conferenciar con Masó. Don Marcos no complació a Spotorno, pero éste perseveró en su propósito y siguió solo el viaje hacia Manzanillo.


“Averiguó donde acampaba Masó y se entrevistó con él en la finca -de nombre aborrecible, por cierto- "La Odiosa" el 7 de marzo. La entrevista no fue cordial; Don Bartolomé probó, una vez más, la entereza de su carácter. Masó sirvió fiel a la Revolución y Spotorno regresó, alicaído y algún tanto mohino, de su fracasada comisión para meterse, pobre y confuso, en su humildísima casita de la calle del Rosario, entre Jesús María y Chiquinquirá, adonde lo hemos de ver, en más de una ocasión, ayudando -dicho siga en honor de la verdad- a muchos de los que se marchaban al campo revolucionario.


“Hay quien ha calificado de traidor a Spotorno. ¿Cábele tan tremendo calificativo? A nuestro juicio, no. Traidor es tanto como entregador pérfido de una fe, de un tesoro, de un secreto que se ha confiado. Spotorno, desde 1879, se asoció firmemente al Partido Autonomista. Con sus declaraciones públicas y reiteradas se divorció de toda actividad política que, por medios violentos, buscara la independencia de Cuba. ¿Qué mucho, que, cuando el Comandante del 68 Don Gerardo Castellanos (1892) y don Juan Gualberto Gómez (1894) le pidieran su concurso para la Revolución, él se lo negara? Había roto, solemnemente, su vínculo con toda agitación revolucionaria, y así, se había separado el mismo, desde 1879, de la Revolución. ¿Es posible, en esta circunstancia, apellidarle a Spotorno traidor a la Revolución de 1895?


“Pasan los días de febrero y entra marzo, y, con éste, en sus últimas horas, nos llega el rayo de nuestra guerra, el General Antonio Maceo con un grupo de valientes a las playas de Baracoa, desembarcando el 1º de abril, con tan mala suerte que, por un milagro de la Providencia, no fueron exterminados. La noticia de la llegada de Maceo enardece los ánimos de sus antiguos compañeros de armas y de la juventud, y, al conjuro de este nombre y del de Máximo Gómez llegado con Martí, el 11 de abril de 1895, el Brigadier Lino Pérez, Juan Bravo; y el veterano del 68, Don Antonio Betancourt se levantan en julio de 1895, acompañados de una legión de jóvenes guajiros bastante ilustrados, en Güinía, entre los cuales estaban Ciriaco García, hombre de una gran reciedumbre moral, de altísimo carácter, leal amigo; cubano de rectitud ejemplar; Jesús Lugones, intrépido, valiente, nobilísimo, ciego en su amor a Cuba. Ambos terminaron la guerra con los grados bien ganados de Tenientes Coroneles, y sirvieron a Cuba, leal y pulcramente, hasta su fallecimiento ocurrido hace muy poco tiempo. Siguieron, además de esta juvenil pareja, a los jefes ya mencionarlos. Bernabé Ruiz, disciplinado y bravo en la pelea; José del Carmen Hernández, valiente y austero; Carlos Pérez hijo de don Lino que, casi niño, siguió a su padre en toda la campaña.


“Al mismo tiempo que esto ocurría en la zona de Güinía, en la región de Río Negro, barrio de Aguacate, se levantaban, el 8 de julio de 1895, Blas Hernández y sus parientes Jorge, Francisco y José María. Tomaron por asalto, el fuerte que había allí custodiado por 8 guardias civiles y un sargento que fueron hechos prisioneros, y después de quitarles las armas y municiones los pusieron con un salvo conducto en el camino de Trinidad sin hacerles daño alguno.


“Seis días después se corrieron hasta los aledaños de esta ciudad, y, por diversión, y como para anunciar su presencia, tirotearon, en la noche del 14 del propio mes de julio, el viejo fuerte de Bardají que mira al valle de Santa Rosa, en las orillas del Tayaba. Este Blas Hernández fue un buen soldado, audaz y valiente; dio mucho que hacer a los españoles, y ya lo veremos figurando en más de una empresa atrevida. Terminó la guerra de Independencia con el grado de Capitán, y, en octubre 16 de 1930, jugando al dominó en el Centro de Veteranos, con el Teniente Máximo Sanjuán, sufrió un vértigo y, a las pocas horas, falleció. ¡Honor a su nombre!


“Antes de seguir adelante, conviene saber cuál era la situación de las fuerzas de España en la ciudad. Había en Trinidad, escasamente, unos ochenta hombres del batallón de Alfonso XIII que hacían la guardia en la Administración de Rentas, situada en la calle de Gloria, lindo edificio arruinado y destruido completamente por la incuria punible de nuestro Gobierno, y convertido hoy (julio de 1944) en un inmundo muladar. Cuidaban también de otros edificios públicos y tenían su cuartel en el antiguo Barracón, hoy, nuestra espaciosa estación de ferrocarril. Había, además, unos cincuenta o sesenta guardias civiles. De los Voluntarios, no hay que hablar, porque no servían para otra cosa que para bonitas paradas los domingos y días de fiestas.


“La Revolución tomaba grandes alientos (3) y España tenía que conjurarla. El Gobierno de Madrid empezó el movimiento de tropas expedicionarias, y en la Habana, los españoles ricos propiciaban la formación de guerrillas y batallones de voluntarios. Famosa, entre las guerrillas, fue la llamada del Comercio de la Habana. Su escuadrón número 1 fue destinado a Trinidad y lo mandaba el Teniente de Academia, don Federico Ochotorena y Palacio, hombre de unos cuarenta años de edad, simpático y de autoridad entre su gente.


“Unos veinte días después, llegan las primeras fuerzas regulares españolas a Trinidad: el viernes, 13 de septiembre de 1895, desembarcaron en Casilda los batallones de Alava y Vizcaya compuestos de dos mil veinte individuos de varias armas. En la noche del domingo, 15, el Casino Español les ofreció una gran comida a sus Jefes y Oficiales, amenizada por una orquesta que tocó aires típicamente españoles que coreaban en la calle los soldados recién llegados. Estas fuerzas se alojaron en la iglesia de San Francisco de Asís (Convento), abandonada, censurablemente, al inaugurarse en 1893 la iglesia de la Santísima Trinidad, y que, como cuartel, funcionó hasta el cese de la dominación española. Como mi familia vivía, y vivo yo aun, frente al costado de ese memorable edificio, convertido hoy, por adaptación, en Centro escolar, todos los episodios de la guerra se metieron por los ojos, ganosos siempre de saber, conocer y hurgar.


“Pero a este alarde de fuerzas hecho por el Gobierno de España. contestaban los cubanos en armas de un modo desconcertante. El viejo Lino Pérez, con su segundo, Juan Bravo, respondía a ésto metiéndose en Güinía, que incendiaron, a las once de la noche del jueves 17 de septiembre del propio año 1895. Se les había unido a Pérez y a Bravo el Comandante Jesús Peatón, de Sipiabo, de la guerra del 68; de manera que los cubanos bisoños tenían excelentes maestros de estrategia y táctica muy distinta de la aprendida en Toledo, Guadalajara y Segovia. Las fuerzas cubanas serían unos seiscientos hombres y dieron prueba de su pujanza. Acabaron con todos los depósitos de tabaco, listos ya para su expedición; saquearon los almacenes y recogieron algunas armas y municiones. Antes, el día 14, el inquieto Blas Hernández se había corrido por los potreros de Santa Rosalía y destruyó la casa de vivienda de don Victoriano Fernández Quevedo, asturiano vinculado a Trinidad, en donde dejó una familia muy distinguida, formada de excelentes ciudadanos y de su gentilísima hija, doña Rosalía, casada con el Dr. Cristóbal Bidegaray, fallecido éste en la Habana el 24 de diciembre de 1933. Y en un diario españolísimo de la Habana, su corresponsal en Trinidad estampó este elogio, malgré lui, de los soldados y jefes trinitarios, a propósito de este incendio. "No se puede quejar el General Máximo Gómez de que no cumplan su consigna destructora las partidas que han elegido estos lugares para teatro de sus salvajes fechorías. El mismo no lo haría mejor". ¿Cabe mejor elogio a las huestes trinitarias de la Revolución? ¡Qué podían hacer ellas en una guerra, en donde los espartanos cubanos no conocían ni cuarteles, ni techos, ni ranchos, sino que erraban a merced de la muerte y de las más duras vicisitudes?


“Las fuerzas cubanas campeaban por su respeto en el valle vecino y en los montes lejanos. En Guanayara, Blas Hernández manda a quemar, el 10 de septiembre, la casa de vivienda particular del inolvidable abogado don Antonio Germán Castiñeyra. Cinco días antes, acampa en el batey del ingenio Palmarito, la fuerza del Capitán Federico Toledo y da muerte allí a Narciso Martínez acusado de haber conducido a la columna española que asaltó el campamento de la Ceiba.


“El hecho más sonoro en estos días ocurre en el poblado del Condado. El seis de septiembre, a eso de la una y media de la tarde fue atacado con bríos por fuerzas a las órdenes del Brigadier José Rogelio Castillo. Los españoles estaban parapetados en el conocido edificio del Cuartelillo, mandados por el Sargento de la Guardia. Civil, Pedro Juez Martín que resistió el fiero ataque de tres horas, en medio de aguaceros torrenciales. Pero una circunstancia adversa malogró el éxito definitivo de los cubanos que no fueron lo bastante advertidos para conjurarla.


“Sucedió que, por tierras de Manaca-Armenteros, andaban los escuadrones núm. 1 y 2 de la guerrilla del Comercio de la Habana, mandados por su Comandante Augusto de la Cala y el Teniente Federico Ochotorena, de quien ya hemos hecho mención. Avanzando un poco, llegaron hasta las vegas del río Ay, y, al sentir tiros en la dirección del Condado, se precipitaron sobre éste, aunque toparon con una emboscada en donde estuvo a punto de perecer Bravo, salvaron este inconveniente y penetraron en el poblado cuando ya las fuerzas cubanas estaban terminando la acción. Se peleó duro con esta guerrilla, hasta que el Brigadier Castillo ordenó a Bravo retirara la fuerza escalonadamente, como así se hizo, replegándose sobre la loma Chamizal. En el alborozo que produjo la toma del Condado, del que se sacó buen botín, se excedió el Comandante Quirino Amézaga, nativo de la Guinea Portuguesa. Este hombre de valor temerario, a pesar de advertir que estaba solo, no dejó de combatir hasta que, agotado su parque, y herido en una pierna, vino al suelo, y allí fue hecho prisionero y traído a Trinidad con el soldado Julián Balines y dos compañeros más.


“Se le llevó al hospital Militar de la Popa para su curación y cuando ya estaba casi curado, un pelotón de insurrectos se acercó a su prisión para asaltar a la pequeña guarnición y llevarse a Quirino. Hubo, a eso de las once de la noche, del jueves 26 de septiembre, un fuerte tiroteo en la Popa, pero pronto salieron algunas fuerzas y la acción no pasó de ahí.


“Quirino Amézaga fue trasladado al Barracón, hoy estación del ferrocarril, que ofrecía mayor seguridad y, juzgado por un tribunal Militar, lo condenaron a muerte. Yo oía en diversos lugares decir que la "terquedad y torpeza" de ese hombre -al decoro, a veces, se le llama así,- lo llevarían a la muerte, y para evitarlo, le insinuaban que declarara que era simple soldado. El portugués no negaba su grado, y, así, fue condenado y fusilado al amanecer del 13 de octubre de 1895. En el trayecto largo del Barracón a la Mano del Negro, lugar del sacrificio, Amézaga dio muestras de una entereza de carácter que infundió respeto aun a sus custodios.


“Las noticias que llegaban a Trinidad sobre posible desembarco de una expedición por tierras de Guanayara producía un movimiento constante de fuerzas españolas. No andaban errados. En efecto, según nos dice el General Bravo, en su "Diario de operaciones", por orden del Brigadier José Rogelio Castillo organizador de la Brigada trinitaria, en Veguita se encontraron al Teniente Coronel Antonio Núñez y al Comandante Cándido Alvarez con sus fuerzas que se le incorporaron. El 29 de agosto de 1895 acampan todos en la Siguanea donde se les une el Teniente Coronel Alfredo Rego por orden de Castillo. Pasan por Guayabo, Charco Azul, Aguacate. Arroyo Grande y, el 1º de septiembre, acampan en Limones-Valle. El 2 de septiembre, a las dos de la madrugada, con cuarenta hombres, Bravo establece una emboscada en el Río Cabagán y allí estuvo esperando hasta las ocho de la mañana. Las fuerzas españolas parece que sospecharon algo grave, y, siguiendo los consejos de un práctico, que luego se incorporó al Ejército Libertador, burlaron la trampa, saliendo por un mégano; entonces, las fuerzas cubanas toman nuevas posiciones, con brío atacan la retaguardia y acometen, con rapidez, produciendo un poco de confusión en la columna española. Esta había salido de Trinidad por orden del Jefe Militar de la plaza, Reyes, Coronel de la Guardia Civil, y la mandaba el Teniente de la Guardia Civil, Manuel Alquezar. Se componía de cincuenta soldados del batallón de Alfonso XIII y cuatro guardias civiles que iban de recorrido hasta la desembocadura del río San Juan. Los españoles luchaban por ocupar los muros ruinosos de la casa de don Antonio Germán Castineyra, pero los cubanos, allí destinados, no lo consintieron. En esta tentativa, los españoles tuvieron varios heridos que el Teniente Alquezar mandó a esconder en la manigua, que tenía cercana, mientras duraba el combate. Creyendo que los cubanos se retiraban, salió a traer un reconocimiento y fue, entonces, cuando Bravo dispuso que el Capitán Jesús Lugones los cargara al machete, obligando a los soldados a dejar el campo. Se retiraron, tiroteados, hasta llegar a la finca Vista Alegre, donde se encontraron con una columna que había salido de Trinidad a marcha forzada, en su auxilio, compuesta de una o dos compañías de Voluntarios, veinte soldados del batallón de Alfonso XIII y veinte de la guerrilla del Comercio. Los españoles tuvieron como catorce heridos, y muerto, el soldado José Rodríguez Cabezas, cuyo entierro se verificó, con gran desfile militar, en la tarde del miércoles, 4 de Septiembre, en el cementerio viejo.


“En la noche de ese día 4, a eso de las nueve, hubo en la ciudad una gran alarma con el consiguiente correcorre, cierre de puertas y ventanas, a causa de un gran tiroteo que hubo detrás del cementerio viejo con motivo de haberse acercado el Sargento Rodrigo Frenero a la finca "El Tejar" de don Manuel hurtado de Mendoza para darle candela. También hubo tiroteo por la Cantoja, parte alta de la ciudad.


“En los primeros días de diciembre de 1895 llegó a La Ceiba el veterano Brigadier Quintín Bandera -convaleciente de pulmoníapara animar y organizar a las fuerzas de las Villas y preparar el terreno de la Invasión. En Ceiba se encuentra las fuerzas del ya Teniente Coronel Bravo ascendido, por Mayía Rodríguez, el 19 de septiembre, por su acción de guerra en la Degollada donde, según confesión del enemigo, éste tuvo, en un instante, seis bajas.


“Topetan con Bandera las columnas que, procedentes de Sancti Spíritus, mandaba el conocido Coronel Antero Rubín. En este combate de la Ceiba poco faltó para que el Teniente Coronel Bravo perdiera la vida. Al cruzar el Río Hondo, bajo una granizada de balas, porque los españoles habían ocupado una magnífica posición, le mataron el caballo, y el soldado de su escolta que iba a su lado, Norberto lbargollín, recibió, en uno de los pies, un balazo que le rajó, como si hubiera sido un cuchillo, la planta. Bravo lo llevaba por delante y borraba con hojas y tierra las huellas de sangre abundante que iba dejando el herido para despistar así a los españoles, basta llegar a un lugar seguro en que le curó la herida.


“En los días 11 y 12 de diciembre hubo en Trinidad mucho movimiento de fuerzas. El Jefe Militar tuvo confidencias de la presencia de Quintín Bandera en la jurisdicción de Trinidad, y dispuso, en combinación con fuerzas de Cienfuegos, una operación sobre la Ceiba. Se vieron cañoneros cargados de soldados rumbo a Tayabacoa para dirigirse a la Ceiba, por vía más corta y segura. El once, temprano, salió una columna del batallón de Vizcaya al mando de su jefe el Comandante Blasco, con veinticinco soldados del escuadrón del comercio, con su jefe el Comandante Villares, y, después, otro grupo, con el Capitán Ochotorena.


“Todas estas operaciones que se realizaban en los alrededores de Trinidad enardecieron el ánimo de los jóvenes que no tardaron en alzarse en armas, entre ellos, Francisco Zerquera Alomá (nov. 17) de dieciséis años de edad; Arminio Béquer y Lara, de igual edad (dic. 11); Fernando Hernández Reina (nov. 17), Rogelio Salabarría, Diderico Pettersou, Ramiro Palau y Borrell, muerto, imprudentemente, en un río por uno de sus compañeros, Juan Melitón lznaga, Francisco Pichs y Pichs (nov. 1º) y José Téllez Caballero, José Ma. Mauri y otros más. Ante esta actitud de la juventud trinitaria, un diario de la Capital publicó que "el atolondramiento y la demencia seguía en su período agudo atacando a la juventud inexperta e irreflexiva". Al finalizar diciembre de 1895, la Revolución había cobrado las fuerzas necesarias para tener en jaque a los españoles; y tanto se convencieron ellos de este hecho evidente que, a poco, fueron nuestra ciudad y nuestra jurisdicción centros de grandes movimientos de columnas enemigas. Los cubanos en armas vivaqueaban en las fincas vecinas de la ciudad y destruían cuantos elementos pudieran aprovechar sus enemigos. Los hilos del telégrafo, vinieron al suelo cuantas veces los repararon, y el Teniente Coronel Bravo era incansable en esa labor de destrucción según se lee en su "Diario" de campaña. Por esta circunstancia, se instaló en Casilda, el 19 de diciembre de 1895, una oficina del cable submarino que comunicaba con puertos del Sur.


“Las fuerzas cubanas que operaban en esta jurisdicción, a mediados de diciembre del año a que nos estamos refiriendo, se calculaban así:


Brigadier Lino Pérez700 hombres
Juan Bravo200 hombres
Pedro Muñoz60 hombres
Blas Hernández30 hombres
Comandante Rafael Sandoval40 hombres
Goyo Hernández20 hombres
TOTAL1,050 hombres

“La situación de Cuba y de Trinidad, en este año de 1895, era pésima en el orden económico. La fabricación del azúcar, por obra de la guerra, estorbada; la falta de acción constructiva del Gobierno de España, que era incapaz hasta de manejar honestamente los propios asuntos de la Metrópoli, entregados a manos de políticos desaprehensivos contribuyeron a hacer desesperada la vida en nuestra Isla. El mismo General Martínez Campos se dio cuenta, en seguida, de esta miseria, y propició para distraer a los jóvenes de la Revolución, la construcción de ferrocarriles. En Camagüey fue empleado el que luego había de ser uno de nuestros más sobresalientes militares: Mario G. Menocal; y en Trinidad, el 3 de septiembre de 1895, empezaron los trabajos de reparaciones de líneas férreas antiguas y construcciones de otros tramos, por el Ingeniero Miguel Martínez Campos, sobrino del General, de los mismos apellidos, asistido de su ayudante don Luis de Biot. Estos trabajos fueron muy irregulares y pobres, pero, aun así, brindaron alivio, aunque a nuestro pueblo. La miseria era tan grande que lo más granado de nuestra juventud, por ejemplo, Teodoro Lara Hernández, Luis y Enrique Jones Castro, Juan Mauri, los jóvenes Lara Echemendia, Luis Rodríguez Altunaga, algunos, estudiantes de la Universidad, abandonaron las aulas y empuñaron pico, pala y azada para ganar ¡setenta centavos al día!


“Estos trabajos no pudieron continuar, en verdad, por la oposición de las fuerzas cubanas. A este respecto, conviene recordar que Goyito Fernández con sus fuerzas, en el mismo Papayal, el día 20 o 21 de diciembre, les quitó a los trabajadores los machetes que portaban; y, antes, el 10, fuerzas capitaneadas por Perico Muñoz ordenaron la suspensión de los trabajos del ferrocarril en el Condado bajo recias amenazas, se adueñaron de los machetes con que trabajaban, y le dieron al capataz Santiesteban un salvoconducto para que recogiera, en Güinía, los aperos de trabajo, regresara a Trinidad y no volviera a reanudar la obra.



- - -

“(1) Este Capítulo lo escribió para esta Historia, a instancia mía, el Doctor Rafael Rodríguez Altunaga, y le quedo por ello muy agradecido. -P. M. V.


“(2) Tornas García Altunaga fue uno de "los ocho espartanos" -así calificarles por Fermín Valdés Domínguez en un escrito firmado en "El Lavado", el 16 de abril de 1896- que trajeron en el barco "Comodoro" en 11 de marzo de 1396, -Capitán, Mr. Smith,- la expedición que llegó a las once de la noche de ese día a Punta Ganado, zona del Guayabal, (Camagüey). Los otro siete "espartanos" eran: Braulio Peña, Rafael Gutiérrez Maria, Ramón Peraza, Gerardo Domenech, Federico González los inolvidables americanos oficiales de artillería, William D. Osgord y William H. Cox que no se dieron punto de reposo y, temerosos de la visita del "Conde Venadito", cañonero español, famoso en las persecuciones de las expediciones cubanas, montaron las piezas del flamante Hopkins que traían y lo ocultaron en la maleza. Cuenta García que había que ver a estos jóvenes americanos -que tomaron los azares de la guerra por deliciosa "sportsmanship"- como deseaban la llegada del Conde Venadito para recibirlo con granadas de las tres cientos sesenta que habían traído. El cargamento total se descomponía así: 300,000 tiros, calibre 43, en cajas de 500 tiras: 50,000 tiros de calibre 44, en cajas de a mil: el cañón Hopkins. ya mencionado con sus parapetos; y 20,000 pies de alambre y otros útiles de explosivos. A los tres días de desembarcar en carretas y a hombros se verificó el transporte de aquella preciosa carga bélica, llegada a Cuba con las mayores peripecias y peligros.


“(3) El 24 de julio de 1895, a las 9 y media de la noche en las playas de Tayabacoa, lugar situado entre Casilda y Tunas de Zaza, llegó la expedición del vapor "James Woodall" con nutridísimo número de expedicionarios de primera calidad, entre ellos los Generales Carlos Roloff, Serafín Sánchez, Matías Betancourt, Enrique Loynás del Castillo, José Rogelio Castillo, Francisco Díaz Silveira., Higinio Esquerra, Rosendo García, Orencio Nodarse, Pedro Piñón de Villegas, Rafael Rodríguez, Raimundo Sánchez Valdivia, Juan Clemente Vivanco y muchísimos otros cubanos y extranjeros. Llegaron quinientos rifles, machetes en abundancia, más de doscientos mil tiros y equipo de caballería. La expedición, sin estorbo alguno, fue trasladada en carretas a las lomas de Banao, El General Mayía Rodríguez se incorporó a las fuerzas que Juan Bravo tenía por la Ceiba y allí estuvo hasta que la Invasión se lo llevó a occidente. Un día, el campamento de Bravo fue sorprendido y aquel gran patriota, baldado, pero íntegro, tuvo en peligro su vida.”




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Última Revisión: 1 de Mayo del 2005
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