Guije.com Guerra en 1897 en «Historia de Trinidad» en Ciudades, Pueblos y Lugares de Cuba


Guerra en 1897, Historia de Trinidad, Las Villas, Cuba


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Apéndice 1
Apéndice 2
Apéndice 3
Apéndice 4
Apéndice 5
Apéndice 6
Apéndice 7
Apéndice 8



El Municipio de Trinidad
“Historia de Trinidad”
“Parte Quinta”
“Capítulo VI”
“De la Guerra en 1895 en Trinidad”
“B) La Guerra en 1897”
Ciudades, Pueblos y Lugares de Cuba

“Sumario: Como se inicia este año de la guerra. -Las escenas de la reconcentración. El rancho de los soldados. -Fracaso de Weyler. -La terrible epidemia de viruela en Trinidad. -Escenas conmovedoras. El fervor religioso y el Cristo de la Veracruz. -Vista de Weyler a Trinidad. -Qué hizo en la ciudad. -Libertad de presos políticos. -Cómo le contestan los insurrectos en Trinidad. Entrada del Teniente Coronel Téllez y de sus fuerzas en Trinidad. -Tiroteos. -Grave herida recibe el jefe cubano. -Llegan hasta el centro de la ciudad. -Usurpación del Brigadier Masó Parra. -Su carta mendaz. -Los sanitarios cubanos Oscar Bermúdez y Marino Domínguez. -Su patriotismo. -E1 Dr. Emilio Sánchez y sus servicios a la Revolución. -El General y Dr. Hugo Roberts y Fernández Balloveras. -La muerte de Cánovas del Castillo y el relevo de Weyler. -Situación delicada de España y los Estados Unidos. -Se decreta la implantación del régimen autonómico. -Motines en la Habana.


“El año de 1897 se inicia con los horrores de la política antihumana de Weyler, que, lejos de contentarse con la reconcentración parcial, la extiende a toda la isla y la hace más severa por medio de penas draconianas. Para la Revolución va a ser un año de graves acontecimientos, y para Trinidad, marcará sucesos imborrables de nuestra historia local.


“Hay, en nuestra jurisdicción, hechos dignos de recordarse en este año de 1897. Transcurren los primeros seis meses en la monotonía de la entrada, y salida de columnas españolas. Las tropas cubanas imitan aquí la estrategia del Generalísimo Gómez, de cansar al enemigo sin darle gran frente. Las fuerzas del General Bravo tirotean, incesantemente, a las columnas que operan en nuestra zona; y hasta los mismos soldados españoles tienen profunda desgana en presencia de los errores y planes de Weyler.


“Vuelven los recuerdos de mi infancia a poblar mi memoria. Los que digan que los soldados españoles sólo daban los platos vacíos a los pobres reconcentrados, no dicen la verdad. La calle de la Boca, a la vera del Convento, donde la sombra ofrece deliciosas brisas, era ocupada por los soldados en las horas de almuerzo y comida. Al lado de cada soldado, sentado al borde de la acera, había siempre un pobre niño reconcentrado con su limpia botella de agua. La comida que a los soldados se servía era abundante; a base de tocino, patata, carne garbanzos, arroz y hogazas de pan. A cambio de agua y de la limpieza del plato, los reconcentrados se aprovechaban de los residuos, no escasos, de esas comidas. Nunca vi despedir con dureza a los reconcentrados en las horas de las comidas; antes bien, eran tratados por los infelices soldados con caridad y humanidad. Así, las víctimas de Weyler hallaron relativo alivio en las migajas de sus mismos forzados mantenedores.


“Weyler no contuvo el empuje de las fuerzas cubanas. Fracasó en redondo, en sus planes de pacificación cacareados en Madrid y en la Habana. Lo que produjo fue graves complicaciones con el Gobierno de Washington que forzó su relevo del mando de esta Isla.


“A los naturales horrores de la guerra y al espectro de la reconcentración en Trinidad, hay que añadir una terrible calamidad que llenó de espanto y luto a sus moradores durante largos meses: la epidemia de viruelas que hacía estragos en Cienfuegos y que nos invadió en marzo y abril de este año de 1897. Cundió en nuestra población como una ráfaga salida del averno. No hubo casa donde no hubiera, una víctima de ella. Las ventanas y puertas aterraban con sus banderolas amarillas. Comisiones de piadosos médicos trinitarios, entre los cuales figuraban don Alejandro Cantero, don Fernando Aparicio, don Emilio Sánchez, don Manuel I. Polo, (dentista), don Joaquín Panadés, don Rafael Tremols, no cesaban de vacunar a la población. Aun con estas medidas, la mortandad era considerable. Se suprimieron los velorios y los entierros. La índole del mal no permitía estas ceremonias, postreros tributos de las familias amorosas de sus muertos. Funcionaba día, y noche, embargado, además con las víctimas del vómito negro, el carrito que llamábamos de "la lechuza", arca de tétrico aspecto negro, hecha de tosca madera, montada sobre un eje de dos ruedas y tirado por un mulo de lento andar, bajo las riendas de aquel espanto de los muchachos que se llamó Miguel el Gafo que había dejado sus vistosos arreos de traje negro, galoneados de amarilla encendido, con sobrero de tres picos, para desempeñar mejor, sin embarazo de trajes apretados, su ingente faena de dar sepultura a las víctimas de las dos espantosas plagas que nos diezmaban (l).


“En las noches también trabajaba "la lechuza", y aún me parece oírla con su fúnebre rún-rún en nuestras desiertas calles, dando bandazos sobre las piedras del pavimento. En la parte potrera llevaba un farolillo de petróleo, oscilante como el alma de la población empavorecida, y rodaba, con su triste carga, rumbo al Cementerio puesto al final de la calle de la Boca. Las ventanas, las pocas abiertas, se cerraban, y las mujeres religiosas se arrodillaban y musitaban una plegaria por el ánima del muerto que pasaba...


“No había consuelo ni esperanza sobre la tierra; y los trinitarios, de suyo, profundamente religiosos, los volvieron al cielo en son de misericordia, y tomaron, por vehículo de sus penas y angustias, la bellísima imagen del Cristo de la Veracruz, asilo y refugio de este pueblo en sus grandes tribulaciones, colmada de leyendas milagreras y objeto de veneración para creyentes e incrédulos, aunque esto parezca una paradoja.


“¡Qué salga el Cristo milagroso a la calle! Tal fue el grito de la población. Y el Cristo, más cuajado de dolor que nunca, salió por nuestras calles. ¡Qué profunda impresión tuve, tan profunda, que los largos años que han transcurrido no han borrado un solo detalle de aquella escena conmovedora! El Cristo recorrió la carrera de la semana santa. La gente se apiñaba en las bocacalles. La música que lo acompañaba daba a los aires notas quejumbrosas. Las voces del "Miserere" cantado por señoritas y caballeros, violas y violines, parecían sollozos de ultratumba. Y todo, en medio de una noche negra, profundamente envuelta en sombras como lo estaba el alma de Cuba y de Trinidad... Al paso de la imagen, la muchedumbre se arrodilla ; y, entre el ruido sordo de la tropa que la acompaña y el de los civiles, vuela de les labios esta plegaria como un grito de naufragio:


Jesucristo vencedor,
Que en la cruz todo venciste,
Vence, Señor, esta peste
Por la muerte que sufriste.
Por tu justicia divina
Aplaca el justo rigor;
Y, por tu preciosísima sangre:
¡Misericordia, Dios santo!
¡Misericordia, Señor...!

“El Cristo se apiadó de Trinidad y, poco a poco, fue desapareciendo la plaga de la viruela dejando a la sociedad trinitaria sumida en el llanto y en el dolor...


“Una noticia sensacional corre por toda la ciudad. Se anuncia la inmediata llegada de Weyler, el Capitán General. Diciéndose y cumpliéndose; todo fue uno. El lunes 12 de Julio de 1897, a la 1.30 de la tarde, hace su entrada en esta ciudad don Valeriano Weyler y Nicolau, Marqués de Tenerife, Capitán General de Cuba. En Casilda se demoró un momento visitando las casas habilitadas de hospitales, con su Jefe de Estado Mayor, el Coronel José Escribano y el Subdirector de Sanidad Militar, Coronel Martínez. Las autoridades locales habían ordenado que se engalanaran las calles por donde transitaría el Jefe Militar, y así se hizo.


“Se hospedó en la casa del Brigadier Manrique de Lara. De ella pasó a la Santísima Trinidad, cuya puerta principal, que da al parque de Serrano, estaba abierta. En el umbral lo esperaba el párroco, don Castor hierro y Mármol, y, por cierto, que el Capitán General se irritó, y hubo de decirle al Párroco, tozudo, que no lo había recibido, como él merecía, bajo palio; a lo que aquél contestó que éste sólo se emplea para cubrir las formas eucarísticas, encarnación de la divina persona. Contrariado, bajó por la rampa de la iglesia y siguió, por Desengaño, hasta el Casino Español situado donde está el Liceo. No perdí detalle de todo aquello. En el cortejo de chicuelos callejeros que marchaba a distancia de tres varas a la izquierda del famoso General, estábamos Francisco Marín Villa Fuerte, Esteban Zayas Besada, Manuel Irarragorri y Barrié y el que esto escribe.


“Weyler iba vestido de tela azul, de rayadillo, que usaban los soldados. No tenía ninguna insignia, ni llevaba bastón. Iba tocado de sombrero de jipijapa sin cinta -recuérdolo bien. En traje de campaña. Me pareció un leoncito con sus barbas taheñas como ceja de monte en tierra áspera; estatura pequeña, marcha no lenta y cara preocupada. Llegó a eso de las tres al Casino Español. Allí lo esperaban las autoridades. Recibe algunos saludos. Pasa a una habitación interior a despachar con su Jefe de Estado Mayor el Coronel Escribano. Se le acercan comisiones; el Alcalde, don Rafael Suárez,, fundador aquí de una distinguida familia. Le hablan el Alcalde, Sr. Suárez, don Manuel lrarragorri y Cadalso, don Alvaro Cuevas, don Victoriano Buruaga, don Eloy Cabanas, don Jaime Rubiés, don Leonardo Fuentes, y le dicen en esta sazón, que una dama trinitaria deseaba verlo. El Coronel Escribano le anuncia, en alta voz, el nombre de la dama, Weyler se dirige al Alcalde Suárez. Secretea con éste. Asiente en recibir a la dama. Avanza el General Weyler al advertir al Coronel Escribano que se acerca con la señora visitante. Weyler le hace una cortesía, grave, y recibe a esta dama, que no era otra que doña Mercedes Echemendía González, esposa de don Mariano Iznaga Amat, director de "El Telégrafo" que, desde el 4 o 5 de junio del año corriente (1897), estaba en la cárcel pendiente de un fallo, acusado de conspirador contra el régimen. La Sra. de Iznaga pidió a Weyler la libertad de su marido. Weyler se retira a su despacho, firma un papel, se lo entrega a don Rafael Suárez, y éste, en la volanta de doña Carmen Malibrán de Schmidt que se la había facilitado a su amiga Mercedes Echemendía, regresa de la cárcel, regocijado, con don Mariano lznaga y con don Manuel Santander, Comandante de la guerra de 68, para agradecer su libertad. El público, congregado a la puerta del Casino, aplaude espontáneamente esta conmovedora escena.


“Del Casino, Weyler marcha al Ayuntauiento. Aquí, un poco airado, se refirió a los enemigos de España que estorban sus planes de Gobierno; y, amenazó con penas a los que abandonaran sus disposiciones sobre conservación e intensificación de las zonas de cultivo para las necesidades de la población. El Alcalde Suárez contestó que, en esta jurisdicción, se estaban cumpliendo sus órdenes, y que él y sus auxiliares darían completa obediencia a lo que el General en Jefe recomendaba.


“Era ya algo más de las cinco de la tarde. El General se despide de algunos y, acompañarlo de otros, se dirige a Casilda. A las seis toma el cañonero "Diego Velázquez" para dirigirse a Cienfuegos, donde llegó a las once de la noche entre fuegos artificiales y músicas militares.


“Así fue, de fugaz, la visita del Capitán General a Trinidad. De sus planes militares nada sabemos; y no se vieron después... Hubo la alegría de ver libre, a dos honestos trinitarios, víctimas de odios y de infames intrigas...


“No habían pasado dos meses de su visita; Weyler hacía supremos esfuerzos por dar pacificada la provincia de Santa Clara. Todo en balde. Máximo Gómez, entre sus campamentos de Santa Teresa, Trilladeritas y Reforma, se burlaba del enorme contingente con que Weyler lo perseguía: cuarenta mil hombres. En la misma Trinidad, tan difícil de ser atacada por su topografía, iba a darse un hecho que fue de resonancia para la Revolución.


“A principios de agosto de. 1897, Juan Rasó Parra estaba terminando ya la reorganización de las fuerzas de esta Brigada Masó dijo a algunos que consideraba conveniente darle un "escándalo" a Weyler después de su visita reciente a esta ciudad para desmentir los rumores de la pacificación de esta región. Masó se reunió con varios Jefes, y, entre ellos, fue designado uno, inmejorable por su temperamento atrevido, por su larga experiencia adquirida al lado de Maceo a quien acompañó en la Invasión hasta Mantua; por su espíritu de disciplina y sagacidad y por su resistencia física. Este elegido para la más temeraria de las empresas realizadas en la jurisdicción de Trinidad, fue el entonces Comandante con mando de Teniente Coronel, José Téllez Caballero que, para satisfacción nuestra, aun vive, rodeado del respeto y consideración de nuestra suciedad, en la cabalidad de su inteligencia despierta. aunque con los ojos corporales temporalmente nublados...


“El sábado, 14 de agosto de 1897, es el escogido por Téllez Caballero para entrar en Trinidad. Reúne unos ciento ochenta hombres de su confianza. Les habla sin discursear. Les dice de los peligros de la operación que van a realizar, pero les señala la gloria que envuelve. Masó Parra avanza con la legión de valientes hasta la loma de "El Cubano" que mira hacia la ciudad. Las horas de la tarde pasan lentas. La noche se acerca. Hay la negrura que precede a las grandes claridades celestes. La noche se anuncia como de plenilunio. Nada interrumpe la belleza del cuadro ni el silencio del ambiente. Téllez Caballero ordenó al Comandante Herrera que, con un puñado de hombres, y a las ocho en punto, tiroteara los fortines del extremo opuesto (la Cárcel) a aquel por donde él iba a penetrar para distraer la atención del enemigo. Téllez, impaciente, espera que suenen las ocho en el reloj del Convento, fácilmente perceptible desde el lugar en que se halla. Suenan las ocho... El tiempo avanza... La gente de Herrera no dan señales de vida... Todo es silencio y ansiedad... Al fin, Téllez declara no poder esperar más porque la luna que saldría sobre las nueve los delataría. Da la orden de marcha. La tropa toma el trillo que conduce al paso del río la Castaña... Allí está con su ojo vigilante el fortín español. Dispone que un hombre de su tropa se arrastre hasta la fortaleza y observe a los voluntarios que la custodian... Los voluntarios hablan, alegres, alrededor de una mesa -donde se ven barajas- de una cena de chivo... El escucha hace la señal convenida, y, quedamente, la tropa pasa por el río y sigue por el canino de la ciudad. Suben por la calle de San Antonio hasta Carmen, y, en el momento en que Téllez se aparta para ver a sus padres, suena un tiro que se le escapa de su relámpago al soldado cubano Domingo Eguiguren.


“En ese momento -¡oh Fortuna veleidosa que nunca cesas en tus contrarios planes!- se asoma a la puerta de una casa honorable un Guardia Civil que estaba de visita en ella. El Guardia toma a los cubanos por voluntarios, y pregunta a Téllez: "Oye, pancho, ¿qué es ese tiro?" Téllez apunta con su winchester y hiere mortalmente en el pecho a su atacante. Este dispara y abre una profunda herida a Téllez en el muslo derecho; tan grande debió de ser que, aun hoy, la cicatriz tiene el tamaño de una nuez.


“Los compañeros que lo rodean exclaman, al verlo en el suelo "Lo han matado". Téllez responde: "No, pero me han herido gravemente" Da órdenes al Comandante Serafín Rodríguez que cuide de su persona y, al Teniente Coronel Celedonio Hernández Romero, que se encargue del mando y siga adelante. En efecto, las fuerzas siguen como cinco o seis cuadras hasta la calle de Angarillas y Carmen, y saquean aquí las tiendas que hallan a su paso. Aun en medio de este ruido y tiroteo al bulto, los españoles no acuden al lugar en que estos hechos se desarrollan, aunque desde las azoteas lejanas disparan sin concierto ni objetivos. Entra la confusión en la tropa cubana y resuelven retirarse por el mismo lugar en que entraron desviándose del fuerte ya aludido.


“El Comandante Téllez tenía el plan de ir, por el fondo, a incendiar el Casino Español y los almacenes que por allí había. Su herida lo impidió. El error que se cometió fue el de escoger, para segundo de la empresa, a un hombre valiente, audaz, pero no práctico en las calles de Trinidad, de manera que él no podía orientar. Me ha dicho Téllez que la gente que traía no era baqueana o acostumbrada al asalto y saqueo de poblaciones; que esto era tan natural en las fuerzas de Maceo que bastaba dar la orden de entrada a una población, cono lo vio él en Jaruco y Batabanó, para que la gente se metiera sin reparar en fuertes, ni en dificultades. Caían como furiosas trombas sobre los centros españoles...


“Así ocurrieron los hechos que narró ajustándome a la más estricta verdad, sin ampulosidad de ningún género. Pues bien, el entonces Brigadier Masó Parrá se atribuyó la gloria de esta acción, y, en carta al Dr. Eusebio Hernández que conserva en su valioso archivo el eminente orador e historiador de la Revolución, Miguel Angel Carbonell, le dice así:


“"Mi querido Eusebio: Muchos deseos tenía de escribirte pero dos causas me impidieron hacerlo. No sabía de ti, y temía que la carta en larga peregrinación, fuera abierta y leída. Así pasa por nuestra tierra.


“"Hoy aprovecho esta feliz oportunidad de ir como Represente del Quinto Cuerpo, el Teniente Coronel La Torriente, (Cosme), Jefe de Despacho de la Brigada de Trinidad, hoy a mi mando. Te felicito, y, a la vez, a Cuba por tu elección de Representante del Cuarto Cuerpo. Nadie más autorizado que tú, para llevar allí nuestra voz, ya que conoces nuestras desgracias y nuestras aspiraciones. Tu carácter enérgico, tus condiciones intelectuales y tus virtudes inmaculadas te dan alta autoridad para hablar muy alto y servir mucho, mucho a nuestra Cuba. Se te hacía la guerra, pero tenías por acá muy buenos amigos que te estimaban más, porque sabían estabas caído de la gracia. Tú debes ocupar importante puesto en el Gobierno. He trabajado siempre por ti porque creo, honradamente, que la Presidencia de la República necesita un hombre de tus energías.


“"Soy el Jefe de la Brigada de Trinidad donde sabes puedes contar conmigo para todo. El 14 del corriente ataqué y tomé esta ciudad. Triunfalmente recorrí con doscientos seis infantes las calles principales; sostuve cuatro combates en las calles con éxito. El enemigo huía cobardemente abandonándome tres fuertes, armas etc.


“"Estoy satisfecho de este golpe, cuando Weyler decía que esta comarca estaba pacificada. Un detalle: al día siguiente, estuve en línea de batalla a la vista de la ciudad y los españoles no daban señales de vida. Tuve un muerto y cuatro heridos. Te envío tu retrato. Tuyo: Juan Masó Parra. Agosto 22-1897."


“Todo en esta carta, en lo que respecta a la acción militar, es inexacto, menos en lo que atañe a la baja habida. Esta fue Fransco Valdivia que, de retirada, penetra en una casa, pidiendo un pantalón. Un guerrillero, allí escondido, le dio un tiro en el cuello, matándolo en el acto; la víctima no fue vengada como lo merecía…


“Téllez Caballero fue trasladado a la loma de "El Cubano" donde le hizo las primeras curas Eduardo Henríquez; y, después, la continuaron el Teninte Médico, Oscar Bermúdez y el Teniente de Sanidad militar cubana, Marino Domínguez.


“Estos dos hombres merecen unas líneas por su gran patriotismo y por su devoción a Trinidad. Bermúdez, habanero, una vez terminada la guerra, dio fin a sus estudios de Medicina que había interrumpido para irse a los campos de batalla. Después vivió en Trinidad veinte y pico de años, y fue aquí un excelente galeno, ayudador de los pobres, y siempre presto a cooperar en todo movimiento de cultura y de civismo que se desarrollara entre nosotros. Marino Domínguez fue, en 1898, jefe de la oficina del Estado Mayor del Brigadier Bravo y tuvo una gestión brillante los años de guerra. Servía de médico cuando era menester; servía de correo, a diario, para llevar y sacar correspondencia y medicina y confidencias de la ciudad. Su centro de operaciones en la población era la casa del Licenciado D. Joaquín Sánchez Arregui, famoso abogado radicado en Trinidad y casado con doña Dolores Sánchez y Armenteros, tío; del historiador trinitario don Luis Sánchez y Martínez.


“Hijo de este matrimonio, de abolengo trinitario, fue el Dr. Emilio Sánchez, médico de gran reputación, escritor fácil y de buen gusto que ha dejado su nombre vinculado en una colección de sabrosas leyendas trinitarias; y que por su maestría en cuentos cubanos mereció en 1915 un premio en la Habana.


“Este hombre de apariencia enteca, tenía un alma recia. Para disimular mejor su misión patriótica acepto el cargo de médico del hospital militar, y, valiéndose de la confianza que le tenían, mandó al campo insurrecto grandes cantidades de medicinas. Marino Domínguez servía de oficial-correo y hubo una ocasión en que estuvo tres días metido en casa del Lcdo. Sánchez Arregui porque lo sorprendió allí la llegada de la guerrilla local, cuyo jefe vivía, al lado y los guerrilleros se habían acampado es la plazoleta frontera de esa casa. Don Marino Domínguez me refería estas cosas en la Habana en 1932, cuando yo le obtuve un empleo en la Compañía Petrolera Sinclair donde apreciaron mucho sus condiciones de capacidad y honradez. Poco después murió este buen cubano dejando un nombre que, gozoso, traigo a esta Historia trinitaria, honda con sus hechos.


“Y ya que hablamos de médicos, conviene recordar el papel que desempeñó en la Invasión otro médico trinitario, favorito del General Antonio Maceo, a quien acompañó en sus campañas de Pinar del Río. Se trata del Mayor General Hugo Roberts y Fernández Balloveras, hijo de una familia muy conocida de Trinidad, de no escasos bienes de fortuna. Cuando estalló la revolución de 1895 trabajaba, muy querido, en una rica empresa naviera española, y sin embargo, todo lo dejó por servir a la libertad de su Patria. Estuvo siempre al lado de sus heridos, en plenos campos de batalla, y, ocupándose es estos deberes, fue gravemente herido en Pinar del Río (junio 13, 1896). Por esto Maceo no lo pudo llevar en su oportunidad, a la Provincia de la Habana, ni asistió al derrumbe de aquel coloso, con cuya caída parecía que los cielos se desplomaban. El General Roberts ha servido y sirve aún (1944) a la República con una pulcritud tal, que es un milagro en unos tiempos en que "corromper y ser corrompido" -como decía Tácito de la Roma envilecida- "es de buen tono..." Corrumpere et corrumpi saeculum vocatur...


“El año de 1897 va tocando a su fin, y, en sus postrimerías, nos aguardan grandes acontecimientos. La reconcentración de los campesinos despierta la atención del mundo civilizado, Weyler no da fin a la guerra, ni se barrunta esto a pesar de los horrores de sus procedimientos. La prensa liberal de Madrid lo ataca duramente, y acomete, además, al Gobierno presidido por don Antonio Cánovas del Castillo. Llega agosto. Madrid se pone desierto. La gente busca la frescura de las playas o de las montañas. Cánovas del Castillo se traslada al de Santa Agueda, célebre por sus aguas sulfurosas, cerca de San Sebastián, y, en los momentos en que leía, absorto, un diario, el joven anarquista, Miguel Angiolillo, le hace, el 8 de agosto, tres disparos que lo dejan sin vida. Le sucede, en la Jefatura del Gobierno, el Ministro de la Guerra, General Azcárraga, amigo de Weyler; y es entonces cuando el General Stewart L. Woodford, Ministro de los Estados Unidos en Madrid, presenta al Ministro de Estado, en 20 de septiembre, una nota insistiendo en los daños que sufren los E.U. con la guerra de Cuba, y hasta llega a proponer la mediación del Gobierno de Washington para llegar "a un pacífico y duradero resultado, justo y honroso al mismo tiempo para España y para el pueblo cubano", y agrega: "No puedo desfigurar la gravedad de la situación, ni ocultar la con­vicción del Presidente de que, si sus prudentes esfuerzos fueran infructuosos, su deber, para con sus conciudadanos, demandaría una pronta decisión acerca del curso de la acción que el tiempo y las trascendentales circunstancias pudieran exigir".


“Los Gobernantes españoles estaban completamente ciegos y no querían, por otra parte, renunciar a las grandes prebendas que los políticos derivaban de la posesión de Cuba, y de otras colonias; y, arrastrados por la soberbia y la codicia, creyeron ver en su fantasía formidable instrumentos de guerra, y, hasta rendir al coloso de los Estados Unidos. Aquí tenemos de nuevo, a don Quijote enfrascado en su lucha con leones y batanes. ¡Por algo Cervantes fue el pintor inmortal de su pueblo...!


“La nota de Mr. Woodford produjo, sin embargo, la caída del Ministerio y la subida de don Práxedes Mateo Sagasta con don Segismundo Moret, de Ministro de Ultramar. Sagasta procedió a destituir a Weyler el 9 de octubre de 1897 y nombró, en su lugar, al General don Ramón Blanco, quien tomó posesión de su cargo el 31 de octubre. En España, Moret preparaba el plan de autonomía de Cuba. Después de algunas labores parlamentarias, el Gobierno, por Real Decreto de 25 de Noviembre de 1897 dispuso el establecimie­­nto en Cuba del régimen autonómico. La autonomía se ha re­cibido -decía "La Discusión" en uno de sus editoriales- como se acoge una nueva placentera en un día de duelo". El gran Pi Margall, uno de los pocos hombres que en España vieron claro el problema de Cuba, escribió que ya era tarde; que el Gobierno lo que debería hacer era llamar a los cubanos y darles la indepen­dencia. ¡Ah!, si España hubiera procedido de ese modo, se había evitado tremendos dolores; y la suerte de Cuba, seguramente, sería muy otra... hubiera venido a la vida independiente sin las trabas perturbadoras impuestas por la Enmienda Platt...!


“España concedió, al fin, lo que había sido aspiración de los cubanos desde 1812, pero ya era tarde como anunciaba Pi Margall. El Gobierno autonómico empezó a funcionar el 1º de enero de 1898, pero no es de nuestra incumbencia penetrar en los detalles de esa máquina quebrada. Vamos a los campos de Trinidad a ver como se desarrollaba la guerra y en esos angustiosos meses de fin de año. Los españoles hacían inauditos escuerzos por atraerse a los rebel­des con la añagaza de la autonomía, pero, poco quebrantaba esto la fe en la independencia completa. Además, se creía incierta la estabilidad del régimen autonómico. En esta situación, de espectativa profunda, ciérrase el año de 1897 en Trinidad sin gran cosa que reseñar.”



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“(1) A mediados de ,Junio, y para anudar al saneamiento de la población, llegó el Comandante del Cuerpo de Sanidad militar, don León Laín, médico distinguidísimo. Vino con él, como simple soldado sanitario un joven de trato agradable que frecuentaba nuestras tertulias familiares. Aquel joven era don Ricardo Veloso, tan respetado y admirado hoy por su honorable conducta y por su gran pericia en materia de librerías. -B. R. A.”




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Última Revisión: 1 de Mayo del 2005
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