Guije.com Guerra en 1896 en «Historia de Trinidad» en Ciudades, Pueblos y Lugares de Cuba


Guerra en 1896, Historia de Trinidad, Las Villas, Cuba


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Apéndice 1
Apéndice 2
Apéndice 3
Apéndice 4
Apéndice 5
Apéndice 6
Apéndice 7
Apéndice 8



El Municipio de Trinidad
“Historia de Trinidad”
“Parte Quinta”
“Capítulo VI”
“De la Guerra en 1895 en Trinidad”
“B) La Guerra en 1895”
Ciudades, Pueblos y Lugares de Cuba

“Sumario: Incendios de fincas en la jurisdicción. -Llegan fuertes columnas de Sancti-Spíritus a las órdenes del Coronel Rubín. -Los batallones de Chiclana, Bailén, Soria y Húsares de la Princesa etc. -Alojamiento en las casas de familia. -La llegada de las primeras familias de campesinos. -E1 brigadier Bandera en Seibabo. -Formación de nuevas compañías de voluntarios. -Gran impulso a la construcción de fortines alrededor de la ciudad. -Operaciones del Teniente Coronel Juan Bravo. -Ataque del Alférez Téllez Caballero a El Solitario. -Sus efectos en la ciudad. -Reunión en la casa de don Saturnino Sánchez Iznaga sobre los trabajos del ferrocarril. -Síntesis de la personalidad patriótica de este trinitario. -Continúan los alzamientos de jóvenes. -Perico Muñoz es sorprendido en Sopimpa. -Jefe militar de la plaza, Brigadier Manrique de Lasa. Nobleza e hidalguía de este militar español. -Llegada del General Bazán. Su misión.-El Comandante trinitario Enrique Ubieta es nombrado Alcalde Corregidor. -Su llegada y planes. -Embarco de presos políticos. -El nombramiento de Weyler y sus efectos en Trinidad. -Llega de Fomento la columna del Teniente Coronel Alonso. -Muerte del Capitán cubano González Oliva. -Se exhibe en Trinidad su cadáver. -Vuelve a Trinidad el General Bazán. -Los insurrectos llegan hasta las mismas puertas de la ciudad. -La llegada de la expedición del "Dauntless" al río San Juan. -Heroísmo de dos cubanos. -Efectos traidos. -Sangriento combate del Papayal. Bajas españolas y cubanas. -Mi encuentro en Madrid con uno de los españoles macheteados. -La muerte de Goyito Fernández.


“Amanece el año 1896 con resplandores de hoguera en la jurisdicción de Trinidad. En la noche del 31 de diciembre, las mismas fuerzas que operaban por el Condado, pusieron fuego en algunos lugares del ingenio Guáimaro y a algunos de sus campos de caña; arde "El Cafetal", colonia de caña, en la finca Birama, de la familia de Sanjuán, cuyo vástago, Máximo, había de figurar pronto en las fuerzas de la Revolución; arde la fábrica del ingenio BocaChica; arden las cañas de Manaca-Armenteros y el paradero del Condado. El año se abría lleno de grandes perspectivas para las almas de la Revolución que hubieron de anticiparse, en diciembre, con la estupenda marcha de la Invasión señalada en las Villas por las cargas de Mal Tiempo, en la que tan útil fuera a Gómez y Maceo nuestro paisano y gran cubano, Antonio Argüelles, y, poco antes, con el combate de Iguará.


“En la tarde del miércoles, 14 de enero de 1896, hay en Trinidad un gran movimiento de fuerzas españolas. Es que acaba de llegar una fuerte columna procedente de Sancti-Spíritus al mando del Coronel don Artero Rubín compuesta de batallones de infantería y caballería, con piezas de artillería, de Chiclana, Bailén, Soria etc. y Húsares de la Princesa, estos últimos, con muchos cordones y colorines que eran la admiración de los muchachos callejeros, entre los cuales figuraba el autor de este Capítulo.


“Una Comisión de la localidad los va alojando -¡oh tiempos del Alcalde de Zalamea!- en las casas de familias, de por fuerza, y se toman las calles de Gutiérrez y de Jesús María como campamentos. Gran parte de la oficialidad se hospedó en el hotel "El Aseo" de Mundito (Raimundo Bouza), casa situada en la calle de Jesús María, entre Colón y Rosario; y, en la noche de ese día, se les dio una serenata. Temprano, el día 2, salieron a operaciones al valle, pero no irían muy lejos, pues el día 5, del propio enero; hacían su entrada en la ciudad con algunas fuerzas más. Con esa columna llegaron, en familias completas, los primeros campesinos a Trinidad. Se decía que la presencia de tanta, fuerza en Trinidad obedecía a que el General Bandera frecuentaba nuestros montes y que tenía su campamento principal en Seibabo. En la mañana del sábado, 18 de enero, embarcó en Casilda para, la Habana, el escuadrón de los Húsares de la Princesa.


“El jefe militar de la plaza había recibido órdenes del Capitán General para que organizara comisiones encargadas de formar nuevos cuerpos de voluntarios. En la noche del martes, 28 de enero, en la casa de dos conocidos españoles, antiguos vecinos de esta ciudad, hubo una reunión y se dispuso en ella acometer, en seguida, la formación de nuevas compañías de voluntarios para ayudar a las fuerzas regulares. En los últimos días de este mes (enero), en vista del auge que tomaba la Revolución y de los ataques de los insurrectos, se le dio gran impulso a la construcción de fortines en los ejidos de la ciudad, bajo la dirección del ingeniero militar, Sr. Lanza. Y, para celebrar el fin de enero, el Coronel Bravo, penetra en la noche de ese día en Cabeza de Vaca y se lleva cuarenta caballos, y, de Mayaguara, extrajo veinte reses. Con tal motivo, salieron pelotones de voluntarios a perseguir a los insurrectos pero no pasaron de los ejidos de este pueblo, como de ordinario sucedía...


“Febrero se inicia con un acto audaz de los insurrectos. El día cuatro y, al anochecer, el Alférez Téllez Cabañero con unos cuantos hombres de caballería se acercó a los potreros de "El Solitario" de don Pepillo Fernández Balloveras, padre del eminente laringólogo trinitario, Dr. Enrique Fernández Solo, y dio candela a todo el pasto de que se aprovechaban no poco las caballerías españolas. Con tal motivo, y con la amenaza que hizo Téllez a los arrieros de que no llevaran al pueblo artículos alimenticios, faltaron, por varios días, la leche, yerba y viandas en la ciudad.


“En la tarde del 11 de febrero de 1896, en la casa colonial del Lcdo. Saturnino Sánchez Iznaga, hubo una reunión de vecinos connotados para pedir al Gobierno la continuación de los trabajos del ferrocarril a fin de conjurar la miseria del pueblo. Fueron comisionados, para actuar en la Habana, don Chano Montalvo, casado con la trinitaria doña Bárbara Iznaga, avecindado hacía poco en la Habana, y don Antero Rubín que, hasta la llegada del Brigadier don Juan Manrique de Lara, era el verdadero jefe militar de esta plaza. De esa comisión, ningún resultado se obtuvo.


“Aunque hemos de tratar, en extenso, de la vida y obras del Lcdo. Sánchez Iznaga en nuestro "Diccionario de biografías trinitarias", no es posible dejar pasar esta oportunidad para decir, en breve síntesis, los muchos méritos que este gran trinitario granjeo sirviendo a la Revolución. Don Saturnino era dueño de vastas propiedades en el valle de Trinidad. Había heredado de sus mayores el amor a la libertad de Cuba. De sus fincas se provean, en mucho, las fuerzas cubanas. En Algaba -y me lo ha referido mi hermano Francisco que fue muchos años empleado allí- con oficiales españoles a la mesa, se preparaban las bestias cargadas de zapatos y otros artículos (machetes, alambre, sogas, sillas de montar etc.) para los insurrectos. Y, cuando los españoles preguntaban a dónde iba esa carga, les contestaban tranquilamente: a los sitieros y colonos y con su hermano José Antonio fue un auxiliar de las fuerzas cubanas. En una historia como ésta no es posible mencionar su nombre sin rodearlo del afecto y gratitud por las acciones que, en pro de este pueblo, hambriento, y de la independencia, realizó aquel benemérito trinitario. Los españoles lo respetaban por su gran caballerosidad y señorío: y, más de una vez, fue salvador de muchos acusados por los espías militares, nativos de esta tierra...


“Es aquí la ocasión de mencionar la labor patriótica que realizaba el jovenzuelo Juan Luis Couceyro, -por sobrenombre -"Patria"- que sirvió muchas veces con su tío don Angel Cadalso, a Don Saturnino Sánchez y a otros revolucionarios, de mensajero y de correo oficial en sus comunicaciones con los jefes cubanos. Esas funciones estaban llenas de peligros; y en esta coyuntura, debemos ensalzar su obra y sus nombres. Don Saturnino Sánchez, Cadalso y Couceyro eran miembros activísimos del Club local "Juan Bruno Zayas". Don Saturnino se firmaba "Polo Norte".


“En este mes de febrero ocurre el alzamiento de muchos jóvenes de distinguidas familias y de gente humilde, ansiosos todos de engrosar la filas del ejercito libertador, cuya paso por las Villas se había señalado con sus resonantes victorias.


“En Sopimpa había establecido su campamento el valiente Perico Muñoz, pero descuidada la vigilancia, cayó sobre él, por sorpresa, la columna, dicen que llevada por un presentado, del Coronel Amaya, cuyo Comandante, don José Martí, recogió y trajo a Trinidad el original de una orden expedida por el General Bandera con aquella su letra poco cursada y la mostraba con cierta burla. Pero los hechos demostraban que, aquel hombre, de torpe firma, era un formidable guerrillero: y cuando los infantes cubanos flaqueaban era entonces que Maceo mandaba a Quintín con su invencible infantería, a "despejarle el campo", según su frase habitual.


“El 24 de febrero de 1896 toma posesión de la Jefatura Militar de la plaza el Brigadier don Juan Manrique de Lara, y cesó el Comandante militar interino, don Ramón López Varcárcel. El nuevo Comandante Militar fue uno de los militares más caballerosos e hidalgos que España tuvo en Cuba. Tomó, por habitación, el Palacio de Cantero, calle Desengaño, esquina al Callejón de Peña, donde aun existe. Allí trajo a su familia, compuesta de su esposa, doña Clara González, camagüeyana rica, bella, con esa apacible y respetable belleza de nuestras antiguas matronas, de su hija Clara y de dos niños que fueron compañeros míos en el colegio de Don Pancho Zerquera.


“Fue un alivio muy grande la presencia de un Jefe militar de este linaje. Muchos españoles decían que Manrique de Lara era un insurrecto metido en el pueblo: pero es justo reconocer que este hombre, de alma generosa e influido, además, por su señora, mujer caritativa y muy cubana, no era traidor a su Gobierno, sino que conducía la guerra sin el furor con que ciertos militares, de alma de hiena, la han llevado, llevan y llevarán.


“Sigue preocupando al Comandante Militar de las Villas el sesgo que la Revolución va tomando en la jurisdicción de Trinidad; para conjurar sus peligros y amenazas, manda a esta ciudad al General don Julio D. de Bazán quien llegó a Casilda, a bordo del cañonero "Lince", el 4 de marzo de 1896, acompañado de sus Ayudantes, el Capitán Federico Pierrat y el Teniente de artillería, Joaquín Marine. Celebró una reunión en el Ayuntamiento con todas las autoridades locales para urgir la formación de guerrillas en lo que convinieron todos los concurrentes. Estuvo aquí dos días y regresó a Cienfuegos. Las guerrillas no tardaron en formarse y en salir a operaciones pero nunca, a no ser con pacíficos inermes, hicieron cosa de importancia. Rehuían el cuerpo a los fuertes núcleos insurrectos. El Comandante Lugones había recibido instrucciones del Coronel Bravo que velara los movimientos y, en combinación con el Comandante Sandoval, acechaban sus salidas pero, guiadas por prácticos muy vivos evitaban el encuentro con sus enemigos.


“A fines de febrero se supo en Trinidad, privadamente, que un hijo de esta tierra, hombre caballeroso, fino, decente, vendría con un alto cargo. Este distinguido trinitario era el comandante de Caballería, don Enrique Ubieta Mauri, -después fue famoso por sus preciosas y utilísimas "Efemérides de la Revolución"- que llegó a Trinidad el 14 de marzo de 1896 con el carácter de Alcalde Corregidor, Comandante Militar. Figuraba en el Estado Mayor del General Pando, Gobernador Militar de Oriente. Fue muy entusiásticamente recibido y, en su alocución al pueblo de Trinidad, dijo, entre otras cosas.


“"Este cargo es para mí honrosísimo porque vengo a desempeñarlo al pueblo donde vi la luz primera y porque se vuestra conducta y vuestra cultura".


“Estas palabras y las esperanzas que la gente abrigaba, en parte, fueron defraudadas, pues apenas tomó posesión de su cargo, creó estos impuestos para las necesidades de la guerra: doce centavos y medio a cada saco de azúcar, y cinco centavos, a cada cien arrobas de caña. Hubo un desagrado general de que se hizo eco, valientemente, don Mariano Iznaga Amat en su diario "El Telégrafo". Ya tenía razón Máximo Gómez cuando decía que "era preciso quemar la colmena para que se fuera el enjambre" y que "el trabajo era un crimen contra la Revolución", porque el trabajo proporcionaba recursos al enemigo con que prolongar la guerra. Máximo Gómez ratificó las circulares sobre prohibición de las zafras. Obedeciendo a estas órdenes, los insurrectos dieron candela a los cañaverales de Algalia y la Punta que había arrendado don Manuel Rabasa, padre de nuestro reputado dermatólogo, Manuel Rabasa y Soto del Valle.


“En los primeros días de marzo de 1896 hubo un poco de espectación en Trinidad con motivo del embarco de ocho presos políticos en Casilda pues se decía que iban desterrados a Africa. A estos hombres los condujeron, a pie y maniatados, a Casilda, custodiados por soldados con bayonetas caladas, y en el muelle, tirados sobre los tablones, mientras el barco llegaba, se dieron a cantar aquella famosa canción que aprendimos entonces y que decía: "Si ves a mi madre, -Que al muelle no vaya, -Porque es muy triste Me vea partir. -Y si sucumbo, -Del Africa en las playas, -Tan sólo en ella -Pensare al morir". Felizmente, aquello no pasó de un rumor callejero. Estos hombres no fueron a Chafarinas. Alguno vive todavía en Trinidad.


“Este mes de febrero iba a marcar un rumbo sangriento a la población de Cuba. La guerra venía desenvolviéndose con sus horrores naturales, pero la partida de Martínez Campo significaría medidas de exterminio contra la población campesina. Volvía a Cuba don Valeriano Weyler y Nicolau famoso por su guerrillas de la Ciénaga de Zapata en los años de 1869 a 1873. Weyler tomó posesión del mando en la Habana al 10 de febrero de 1896 y dictó, enseguida, una serie de bandos, entre los cuales, el más tétrico fue el de la reconcentración en fuertes centros militaras de los campesinos de la jurisdicción de Sancti-Spíritus, provincias de Camagüey y Oriente, extensivo, luego, a toda la Isla. Fue un régimen de terror y exterminio el implantado por Weyler sin que afectara todo esto al triunfo de las armas cubanas, pues fue, precisamente, bajo su mando cuando Maceo se llenaba de gloria con sus victorias en la provincia de Pinar del Río, y cuando en Mantua celebraba en el Ayuntamiento la famosa sesión que él presidió en medio de los funcionarios españoles admirados de tanta corrección y disciplina.


“Con la llegada de Weyler, el movimiento en Trinidad de tropas españolas se acrecienta. La construcción de los fortines se activa. Se quería rodear a la ciudad de un cinturón de pequeñas fortalezas. Ya se verá, más adelante, su inútilidad. En Fomento, fuerzas de Serafín Sánchez se baten con el Capitán Manuel Suárez, Valdés, hijo del General de los mismos apellidos.


“Procedente de Sopimpa y de su zona, entra, a las cuatro de la tarde del 26 de marzo, la columna del Comandante Domingo Alonso Guerrero. A las diez de la noche de ese mismo día, entra la columna que manda el Coronel Moncada y llena las calles de Gutiérrez y Jesús María con sus soldados. El 7 de abril, avisado por los espías, sale temprano, el Capitán Perelló y sorprende a un pequeño grupo mandado por el Capitán Manuel González Oliva. Se entabla un tiroteo fuerte, y como resultado, es recogido agonizante -murió en el trayecto- González Oliva herido de un balazo en la cabeza. Traido a Trinidad fue exhibido, y mucha gente acudió a verlo picada de curiosidad.


“A mediados de abril de este año, la guerrilla local se interna un poco en nuestra serranía, y, sabedor de ello, bravo ordena un macheteo. Es sorprendida en la loma de Santa Ana. Las fuerzas de Bravo atacan por retaguardia a la guerrilla que sigue camino hacia Limones Cantero. Fue herido grave en el combate, el guerrillero José Amador Guerra. Por estos mismos días, los insurrectos dieron candela y destruyeron, en el río Agabama, al guairo "Rosadito". El 14 de este mes, pasa por Casilda, rumbo a Sancti Spíritus, el General Pando, y se le unen, hasta Zaza, el General Manrique de Lara y el Comandante Corregidor Ubieta. Movido de piedad, según declaración que hizo a la prensa, y ante conmovedoras escenas de dolor y de hambre, el Comandante Ubieta reparte, entre los pobres reconcentrados, numerosas raciones de víveres.


“El domingo, 26 de marzo de 1896, vuelve a Trinidad, en el cañonero "Ardilla", el General Bazán que ya había estado el 4 de marzo anterior. Fue huésped del Comandante Ubieta. Reunió, en la noche del 27, al Ayuntamiento para exhortarlo al mayor incremento de las fuerzas de voluntarios y de guerrillas que aquí no prosperaban mucho, según hubo de decir en privado. Este General dictó, sin embargo, algunas buenas providencias, entre ellas, la de permitir pescar en la boca del Guaurabo, cosa que tanto aliviaba el problema del hambre en nuestras clases populares. Esta medida mereció justos elogios.


“Tres días antes había regresado de operaciones por el valle una columna mandada por Manrique de Lara. Los insurrectos no se dormían en nuestra jurisdicción, y, a las puertas mismas de la ciudad, llegaron, al anochecer del 22 de junio de 1896 y, por la noche, quemaron la casa de la quinta de Cantero. Con este motivo, algún corresponsal de un diario habanero aplicó a los insurrectos los calificativos más groseros...


“Continúan en Trinidad los levantamientos de gentes de todas las clases sociales. Entre estos que se alzaron en armas figura el joven Máximo Sanjuán, de diecisiete años de edad, estudiante de Bachillerato en el Colegio de los Jesuitas de Cienfuegos, cuyo tercer año había concluido el 16 de junio de 1896, hijo de un honorable montañés y de una dama muy distinguida de nuestra sociedad, regresó de sus estudios, permaneció con su familia unos días, y, el ocho de julio siguiente, por la tarde, se incorporó en la Loma del Cubano, a las fuerzas de Sixto Abreu.


“Con la temporada de lluvias, las operaciones militares de cubanos y españoles entran en Trinidad en un periodo de relativa calma. Esto no obstante, ocurren tiroteos y asaltos a poblados con bastante frecuencia. La atención de la guerra y las fuerzas mayores estaban empeñadas en Pinar del Río donde Maceo se llenaba de perdurable gloria.


“Sin embargo, un hecho extraordinario, de gran regocijo para las fuerzas cubanas, ocurre en nuestra jurisdicción: la llegada del "Indomable" (Dauntless), bajo el mando del valiente Capitán John 0. Brien, barco que, con tanta felicidad, condujera a nuestras costas, en múltiples ocasiones, pertrechos de guerra. Llegó a la boca del Río San Juan, en la línea de demarcación de Cienfuegos y Trinidad, en la noche del 21 de agosto de 1896. Venían, como Jefes, Demetrio Castillo Duany, que regresó con la nave; y el Coronel de la otra guerra, Miguel Betancourt, hombre terco, poco inteligente e inhábil en el ejercicio de las funciones que se le habían confiado.


“El "Indomable" penetró por el río, y, a poco de su boca, en un recodo, donde no era visible por los cañoneros españoles, desembarcó su preciosa carga. Sin embargo, no permitió Betaneourt que las cajas de armamentos y municiones fueran llevadas de allí poco a poco; ni que se armara el cañón desembarcado; esperaba, decía, un contingente fuerte de tropa cubana, sin advertir que el lugar era a diario espiado por los españoles. Sucedió, pues, que el cañonero español "Ardilla", al mando del Comandante Manuel Bauzá, observó la presencia de unos cuantos individuos por allí; enfila la proa de su barquichuelo por la boca del río y, en vez de haberse ocultado los pocos insurrectos que por allí estaban de vigías, el Coronel Betancourt da órdenes para que lo hostilicen. En esta imprudente empresa se distinguieron: el soldado Fernando Altunaga y Arriola que, parapetado tras una enorme piedra que le servía de trinchera, resistió la granizada de proyectiles que la fusilería española le enviaba, uno de los cuales le destruyó la parte superior del pabellón de la oreja izquierda sin que por ello desistiera del fuego. El contaba, ya anciano, que hacía un blanco magnífico; que mató el perro de a bordo; y que veía como los marineros se ocultaban detrás de planchuelas de hierro para evitar ser heridos. Visto por el Comandante del "Ardilla" que su acción era insuficiente, contramarchó a Cienfuegos, y, entonces, regresó con otro cañonero; el Contramaestre al mando del Comandante Reina, pero ya, gran parte de la expedición había sido retirada, aprovechándose hasta los servicios de los muchachos y mujeres que por allí había. Aun así, los españoles se llevaron 750 máuseres y remingtons, nueve cajas de medicina y algunas otras cosas más.


“Con motivo de este episodio, algunos funcionarios de la administración civil de Trinidad quisieron aparecer también como héroes de la acción de los cañoneros, y se embarcaron en ellos, pasados los momentos de peligro, y más tarde, recibieron condecoraciones y plácemes por imaginadas heroicidades... ¡Cuántos Tartarines tiene la Historia! Los verdaderos héroes de la acción que se refiere fueron, el ya nombrado Altunaga y Arriola que consumió el sólo una caja de balas, y se amorató el hombro derecho con le trepidación del fusil, y el soldado modesto, que tiene aquí gloriosa mención: Julio Cordero. Ambos expusieron su vida. Fernando Altunaga fue felicitado por sus jefes y ascendido a Cabo por acción de guerra; y Cordero, fue igualmente celebrado, aunque no ganó ascenso. ¡Tan parsimoniosos en el premio fueron entonces los Jefes!


“La guerra avanzaba en la jurisdicción de Trinidad. Se quiso dar un "escándalito" en las mismas puertas de la ciudad. Rondaba por los montes vecinos de Trinidad la pequeña partida de Goyito Fernández, no tan valiente como audaz. Este tomó un pelotón de unos diez y ocho o veinte hombres. Se corrió por los montes de Jabira, y, el domingo, 26 de diciembre de 1896, ya avanzado el día, se situó cerca de los potreros del Papayal, y, escurriéndose con cuidado, a las cuatro de la tarde, ya estaba oculto en unos matorrales espesos que daban frente, en el callejón de Jabira, al comino que venía de la Barranca.


“A eso de las cinco de la tarde bajaba por la cuesta del Táyaba el reemplazo de la guarnición española del ingenio de San Jose Abajo, compuesto de ocho soldados y un Cabo. Llevaban dos o tres acémilas cargadas de vituallas de boca y guerra. Llegan al lugar ocupado por los cubanos, y, como a distancia de media cuadra, Goyito abre fuego contra los soldados. En ese momento, un proyectil le destroza al Cabo una arteria femoral y cae desangrándose. Los otros soldados forman, en seguida, el cuadro, y resisten con verdadero valor. Los cubanos los cargan al machete. Casi todos los españoles están heridos de mayor o menor gravedad. Hay uno alto, fornido, como de veinticinco a treinta años de edad, que hace prisionero a un soldado cubano, (¿Máximo Silva?) delgado, no muy recio, y, en la lucha que se entabla entre los dos, cuerpo a cuerpo, el cubano, con un machetín, le hace tajos en el cráneo, a pesar de tener aprehendidas sus manos por el español, hasta que un compañero suyo le da un fuerte machetazo en el brazo y ruedan los dos, el cubano, vivo; el español, dando señales de muerte. A este le contaron siete heridas en el cráneo, perdida de los dedos anular y pequeño de la mano izquierda, tres heridas en el antebrazo derecho Este soldado se llamaba Mateo Vilanova, y el cabo, José Pedarrós.


“En la tarde del 27 de diciembre fueron inhumados los restos, con todos los honores militares, del cabo Pedarrós en el cementerio viejo; y el duelo fue presidido por el Coronel don Antero Rubín y hubo profusión de coronas mandadas por las autoridades y por muchos civiles que querían exhibir su devoción al ejercito español.


“Podría preguntar el lector, ¿por qué conozco tantos detalles de este combate del Papayal? Ya verá. A fines de noviembre de 1922, me encontraba en Madrid. Me había invitado a cenar, mi excelente amigo y compañero en diplomacia, don Manuel Serafín Pichardo, precioso ornamento de las musas cubanas, caballero cabal y muy amante de nuestras cosas. Antes de cenar, me llevó al Ateneo para presentarme a su Presidente, don Rafael María de Labra, a quien le había hablado de mí. Llegamos a la portería del Ateneo. Mientras entregamos abrigos, bastones y sombreros, hablamos en alta voz; de pronto, y, respetuosamente, el portero, hombre de unos cincuenta años, grueso, fornido, calvo, conoce, por mi acento, que soy cubano, y me dice: De Cuba tengo buenos y dolorosos recuerdos. Dolorosos ¿por qué? -le replico yo. Míreme la cabeza- me contesta el portero. Y agrega: estas son heridas que me dieron en un macheteo, en diciembre de 1896, en un lugar cercano a la ciudad de Trinidad, llamado el Papayal. ¡Cuánta no sería la sorpresa de aquel hombre y del mismo Pichardo, cuando yo les dije que, precisamente, esa finca perteneció a mi bisabuelo, Martín Altunaga y a mis padres, y que yo vi marchar al grupo español al punto del combate.


“¡Qué pequeño es el mundo y que escondites tiene la vida!


“Para terminar este episodio, conviene decir que la acción de guerra del Papayal fue un desastre para las armas cubanas y mostró una incapacidad completa en su dirección. El camino, en larguísimo tramo, es estrecho y tiene, a ambos lados, aun hoy, cerca alta de piedra.


“Si Goyito Fernández se embosca detrás de la cerca de piedra, y, en seguida, asalta al machete, no da lugar al enemigo a echar rodilla en tierra, y hubiera acabado con los soldados en un santiamén. Dio tiempo a que se prepararan y a que, una vez pasada la sorpresa, se batieran como leones, como se baten los españoles casi siempre.


“Resultó de este combate que, el soldado cubano, Agustín Zamora, que vivió hasta hace poco, fue gravemente herido en un brazo y lo perdió; que mataron allí a J. Zúñiga, hirieron a tres más aunque no de gravedad, y que Goyito recibió un tiro sobre el empeine en uno de los pies, y como permaneció hasta altas hora de la noche con la bota puesta, sin lavarse, siquiera, ni desinfectarse la herida, le sobrevino un tétano o gangrena terrible. Se le dejó hospitalizado en una cueva bajo la custodia de mi inolvidable amigo Juan Melitón Iznaga. Me contaba este, al cabo de muchos años, que esa fue su noche más terrible de la manigua, porque, en el delirio de la fiebre y de la parálisis que lo invadía, Goyito daba unos espantosos gritos pidiendo, alucinado, fuerzas para resistir a los españoles. Ya de madrugada, notó tranquilidad en el herido, y creyéndolo dormido, se entregó el al sueño, hasta que el sol le revelo que Goyito no existía...”




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Última Revisión: 1 de Mayo del 2005
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